Revista En Torno a la Prevención, No. 18, jun. 2017,
pp. 15-36
ISSN
1659-3057 • E-ISSN 2215-3845
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www.relaciger.org/revista/
PLAN NACIONAL DE
GESTIÓN DE RIESGO DE COSTA RICA EN EL MARCO DE LA AGENDA GLOBAL DE CAMBIO PARA
REDUCIR LOS RIESGOS A DESASTRES
Máster Patrick C.G.F. Markus[1]
Independiente
patrick_markus@hotmail.com
Recibido 16 de marzo de 2017 • Corregido 01 de junio de 2017 • Aceptado
01 de junio de 2017
Resumen
En el presente artículo se
analiza el Plan Nacional de Gestión del Riesgo 2016-2020 de Costa Rica. En primera
instancia se revisaron los objetivos, principales enfoques y algunas
interrelaciones de los marcos internacionales que conforman la Agenda Global
respecto al cambio climático (el Acuerdo de París), el desarrollo sostenible
(la Agenda 2030) y la reducción del riesgo de desastres (el Marco Sendai). Se
ubicará al lector en el contexto costarricense referente a esta Agenda Global Transformativa y la Política Nacional de
Gestión del Riesgo 2016-2030. También, examina brevemente las relaciones entre esta
Agenda y las prácticas de Gestión del Riesgo y los conceptos del riesgo de
desastres en que se basa. Además, tiene como objetivo contestar las preguntas:
¿Cuál es el carácter de la transformación que la Agenda intenta inducir?,
¿Cuáles procesos requieren ser transformados? y ¿Quiénes tendrán que realizar
estas transformaciones? Se concluye que la visión expresada en la agenda se ve
bien reflejada en la Política Nacional de Gestión del Riesgo y en su primer
plan quinquenio. A la vez se ofrecen recomendaciones con base en un análisis
del cambio organizacional que se requiere para su implementación.
Palabras clave: Cambio
Institucional, Cambio Organizacional, Política Pública, Planificación Acuerdo
de París, Cambio Climático, Desarrollo Sostenible, Marco Sendai.
Abstract
This paper[2] analyzes the Costa Rican
National Risk
Management Plan
for 2016-2020. It starts with a review of the objectives, main approaches and
relationships between the international framework agreements that form the
Global Agenda with respect to climate change (the Paris Agreement), sustainable
development (the 2030 Agenda) and disaster risk reduction (the Sendai
Framework). The reader is oriented on the Costa Rican context regarding this
Global Transformative Agenda and the National Policy for Disaster Risk
Management 2016-2030. The paper briefly analyzes
the relations between this Agenda and risk management practices and conceptions
of disaster risks on which it is based, and aims to answer the questions what
is the character of the transformation that the Agenda seeks to procure, which
processes need to be transformed and whom will have to realize these
transformations. It is concluded that the vision expressed in the Agenda is
well reflected in the Costa Rican National Policy and its first 5 year plan. At
the same time recommendations are offered based on an analysis of the
organizational change that is required for its implementation.
Keywords: Institutional Change,
Organizational Change, Public Policy, Planning, Paris Agreement, Climate
Change, Sustainable Development, Sendai Framework.
Introducción
Los incidentes por desastres se
están incrementando más rápido, en cantidad e impacto, que el aumento de las
capacidades de respuesta a ellas. Esta tendencia ha llevado a concluir que si
sigue creciendo esta brecha aumentarán aún más los daños y pérdidas en términos
económicos y en vidas humanas; y pondrá en riesgo la sostenibilidad del
desarrollo humano, que es uno de los principales desafíos para el futuro de la
humanidad (Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de
Desastres (UNISDR), 2015a). En respuesta
a esta problemática, una “combinación de procesos internacionales ha
configurado una agenda global que ha puesto en primer plano la necesidad de
reducir el impacto de la crisis y del cambio climático sobre el desarrollo
humano y la sostenibilidad del planeta” (Mayeur, 2016). Para entender la agenda
conviene delimitar los cinco logros internacionales que la conforman:
1.
El Acuerdo de París sobre el cambio climático.
2.
La Agenda 2030 (New York) sobre el desarrollo humano
sostenible.
3.
El Marco Sendai sobre la reducción de riesgo de
desastres.
4.
La Cumbre Humanitaria
Mundial (Estambul) sobre la acción humanitaria en el mundo actual.
5.
El Marco Hábitat III
(Quito) sobre el desarrollo urbano sostenible.
Esta agenda global, continúa Mayeur (2016), “pone de
manifiesto que las catástrofes tanto naturales como propiciadas por el hombre,
incluyendo guerras y conflictos, son las grandes responsables de los frenos, e
incluso retrocesos, en el avance de los pueblos hacia mayores costas de
bienestar y libertad.” Se puede contextualizar lo anterior en un sentido histórico,
como lo indica Sohn (2014), basado en las observaciones espaciales
combinadas con la arqueología y la ciencia del clima, donde se puede concluir
que el cambio climático (sobre todo la sequía) ha sido al menos en parte
responsable del colapso de muchas civilizaciones antiguas como la de los Mayas
y el antiguo Reino de Egipto, y frente a un clima cambiante el ser humano debe
aprender de la historia y adaptarse.
La sostenibilidad del desarrollo humano está intricadamente relacionada con
la resiliencia de las comunidades y de las personas que han de tener que
enfrentar eventos de desastre.
El pronóstico es que en el año 2050
un 80% de la población mundial podría estar viviendo en las ciudades y zonas
urbanas. Y aunque en la actualidad las ciudades del mundo ocupan solo un 2% del
área terrestre, generan 70% de la actividad económica global, así como 70% de
las emisiones de gases que contribuyen al cambio climático (Naciones Unidas,
2016a). De estos datos con facilidad se desprende la importancia de la
sostenibilidad y la resiliencia de los asentamientos humanos, como también de
las zonas rurales con que tienen una relación simbiótica, y del medio ambiente
que sustenta a ambas.
El impacto del
huracán Otto es un ejemplo puntual desde el contexto costarricense, en un país
que “ocupa el séptimo lugar a nivel mundial entre los países mayoritariamente
expuestos a amenazas”, como lo indica Brenes (2015); para lo cual se estima que
“el 77,9% de la población se encuentra en zonas de alto riesgo de desastres.”
El huracán Otto, impactó a Costa Rica el 24 de noviembre de 2016, durante esa
noche se produjeron vientos de hasta 120 km/h y lluvias de hasta 140mm, en la vertiente
del Caribe, la Zona Norte y el Pacífico Sur (Comisión Nacional
de Prevención de Riesgos y Atención de Emergencias (CNE), 2017). Como
consecuencia 10 personas fallecieron y las pérdidas materiales superaron miles de millones de
colones en infraestructura vital, en las redes de transporte, agua, energía y
telecomunicaciones (CNE, 2016c). Se reportaron 461 comunidades con afectaciones
variables, incluyendo inundaciones en 27 centros educativos y daños a 1.610
viviendas, 262 de ellas totalmente destruidas. La infraestructura sufrió daños
en 48 puentes, 14 diques y 280 tramos de carreteras. También hubo un
impacto en la producción de las zonas, incluyendo la pérdida de 1.329 animales en
el Sector Agropecuario (CNE, 2016c).
Cambio climático
El Acuerdo de París, producto de un largo y complejo proceso, consiste en
cooperar a nivel internacional para afrontar y reducir al mínimo las pérdidas y los perjuicios
derivados del cambio climático (Naciones Unidas, 2015). Es jurídicamente vinculante
para los firmantes, y en su artículo 2 indica que se tiene “por objeto reforzar la respuesta mundial
a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y
de los esfuerzos por erradicar la pobreza”. Establece como objetivos
principales:
a.
Mantener el aumento de la temperatura
media mundial muy por debajo de 2 0C con respecto a los niveles
preindustriales[3], y
proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 0C,
reconociendo que ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del
cambio climático;
b.
Aumentar la capacidad de
adaptación a los efectos adversos del cambio climático y promover la resiliencia al clima y un desarrollo
con bajas emisiones de gases[4]
de efecto invernadero, de un modo que no comprometa la producción de alimentos; y
c.
Situar los flujos financieros
en un nivel compatible con una trayectoria que conduzca a un desarrollo
resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero.
(Destacado no es del original) (Naciones Unidas, 2015).
Los
países firmantes[5] del acuerdo adquieren la responsabilidad de desarrollar
planes nacionales, en función de sus diferentes circunstancias y de sus
respectivas capacidades, los cuales están obligados a aplicar para la lucha contra el cambio
climático y se les
exige que adopten medidas, tanto de mitigación como de adaptación (Naciones
Unidas, 2015). El acuerdo favorece
a los países menos desarrollados y más vulnerables y en contraposición requiere más esfuerzos de los países
desarrollados, dado que los 86 países más afectados por el cambio
climático son responsables por contribuir tan solo
un poco más del 2% de las
emisiones globales (ver cuadro 1), 38
pequeños Estados insulares en desarrollo y también los 48 países menos adelantados, miembros de las Naciones Unidas
(Naciones Unidas, 2016b). Con base en esta característica
del acuerdo, los países menos desarrollados y más vulnerables deben ser
los principales beneficiarios de la transferencia de tecnología para mejorar la
resiliencia, del fomento de la capacidad, del mejoramiento de las competencias
y de la movilización de recursos financieros. Todos los países deberán cooperar
en la educación, formación, sensibilización y la participación del público y el
acceso de la ciudadanía a la información.
Periódicamente
se debe revisar el progreso nacional
y definir contribuciones nacionales subsiguientes que representarán una
progresión a lo largo del tiempo, es decir, se debe asumir una posición cada
vez más ambiciosa. Así el acuerdo contempla un mecanismo para incrementar el
grado de ambición de las aspiraciones al respecto. Los planes presentados en el
2015 se tomaron como las iniciales contribuciones determinadas a nivel nacional
(INDC, por sus siglas en inglés). Los países actualizarán sus planes nacionales
en el marco de un examen colectivo en 2018, de esta manera tienen la
oportunidad de movilizar recursos y realizar la ejecución de sus planes. Se
define en el artículo 14 del acuerdo que periódicamente se realizará un balance mundial, el primero previsto
para el 2023, “para determinar el avance colectivo en el cumplimiento de su
propósito y de sus objetivos a largo plazo” (Naciones Unidas, 2015). Este
acuerdo entró en vigor el 4 noviembre 2016, luego que fueron cumplidas ambas
condiciones del artículo 21: que sea ratificado “por 55 partes contratantes y que sean responsables de al menos el 55%
de las emisiones globales” United Nations Framework Convention on Climate
Change, UNFCCC, 2015c). En la actualidad más de 147 países lo han ratificado
(UNFCCC, 2017).
Rango |
País o Grupo |
Contribución (%) |
Datos del año |
1 |
China |
20,09 |
2005 |
2 |
Estados Unidos |
17,89 |
2013 |
- |
Unión Europea (28 países) |
12,08 |
2013 (todos) |
3 |
Federación Rusa |
7,53 |
2013 |
4 |
India |
4,10 |
2010 |
5 |
Japón |
3,79 |
2013 |
6 |
Alemania[6] |
2,56* |
2013 |
7 |
Brasil |
2,48 |
2010 |
8 |
Canadá |
1,95 |
2013 |
9 |
Corea del Sur |
1,85 |
2012 |
10 |
México |
1,70 |
2013 |
11 |
Reino Unido2 |
1,55* |
2013 |
12 |
Indonesia |
1,49 |
2000 |
13 |
Australia |
1,46 |
2013 |
14 |
Sudáfrica |
1,46 |
2010 |
15 |
Francia2 |
1,34* |
2013 |
16 |
Irán |
1,30 |
2000 |
17 |
Turquía |
1,24 |
2013 |
18 |
Italy2 |
1,18* |
2013 |
19 |
Poland2 |
1,06* |
2013 |
20 |
Ucrania |
1,04 |
2013 |
- |
Resto del mundo (75
países) |
16,50 |
1990-2013 |
- |
Menos Adelantados (48
países) |
2,04[7] |
1990-2012 |
- |
Pequeños Estados insulares en desarrollo (38 países) |
<0,01 |
1990-2010 |
195 |
Total |
100 |
|
Cuadro 1. Contribución a las emisiones globales.
Fuente: elaboración propia en base de datos de UNFCCC (2015b).
Según los
datos del acuerdo (UNFCCC, 2015a) las emisiones de Costa Rica fueron 0,0333% de
las emisiones globales en el 2010 (12.384 Gg), comparables con las de
Nicaragua, con 0,0322% (11.981 Gg; datos de 2000), y las de El Salvador, con
0,0298% (11.069 Gg; datos de 2005). Basado en los datos del Banco Mundial del
2012, las emisiones de Costa Rica (12.274 kt), siguen siendo muy comparables
con las de El Salvador (12.578 kt), ambos representando un 0,023% de las
emisiones globales. Las emisiones de Nicaragua, según la misma fuente fueron
0,030% (16.323 kt), lo que era casi igual al nivel de emisiones de Panamá,
también 0,030% (16.249 kt).
Desarrollo sostenible
El
Acuerdo de París supone que los países están dispuestos a aplicar la Agenda
2030 para el desarrollo sostenible. Es preciso que se integren las medidas de
lucha contra el cambio climático en las iniciativas orientadas a su aplicación,
dado que las utilizadas en el primer ámbito son necesarias y vitales en el
segundo (Naciones Unidas, 2015). La Agenda 2030 identifica 17 Objetivos del Desarrollo
Sostenible (ODS) "para
transformar nuestro mundo’’, enfocada en tres dimensiones: económica, social y
ambiental. Es comprehensiva, centrada en las personas, con objetivos y metas
universales y transformativas (Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, PNUD, 2015a). La agenda parte de la idea de que cada país es el principal responsable de su propio
desarrollo económico y social, reconoce que cada uno enfrenta desafíos
específicos y que dispone de diferentes enfoques, visiones de futuro, modelos e
instrumentos en función de sus circunstancias y prioridades nacionales (PNUD, 2015a).
La visión que la sustenta es “sumamente ambiciosa y transformativa” (PNUD,
2015a) y se entiende así:
“El desarrollo sostenible parte de la
base de que la erradicación de la pobreza en todas sus formas y dimensiones, la
lucha contra la desigualdad dentro de los países y entre ellos, la preservación
del planeta, la creación de un crecimiento económico sostenido, inclusivo y
sostenible y el fomento de la inclusión social están vinculados entre sí y son
interdependientes.¨(..) “El cambio
climático es uno de los mayores retos de nuestra época y sus efectos
adversos menoscaban la capacidad de todos los países para alcanzar el desarrollo
sostenible.”(...) “Peligra la
supervivencia de muchas sociedades y de los sistemas de sostén biológico
del planeta.” (...) “La nueva Agenda
se basa en los Objetivos de Desarrollo del Milenio y aspira a completar lo que
estos no lograron, en especial llegar a
los más vulnerables.” (…) “Se
mantienen algunas prioridades de desarrollo, como la erradicación de la
pobreza, la salud, la educación, la seguridad alimentaria y la nutrición, pero
se establece, además, una amplia gama de objetivos económicos, sociales y
ambientales (...) y, lo que es más importante, se definen los medios de implementación. Como reflejo
del enfoque integrado que hemos convenido, los nuevos objetivos y metas están
profundamente interrelacionados y vinculados por numerosos elementos transversales.” (Destacado no es del
original) (PNUD, 2015a).
El objetivo principal del desarrollo sostenible es la mejora de los
aspectos no sostenibles del
desarrollo, o para decirlo de otra forma: realizar las mejoras, que son indispensables
para alcanzar y mantener la sostenibilidad del desarrollo humano frente a las
tendencias de crecimiento de los riesgos y daños de desastres. La agenda define un
conjunto extenso de 169 metas específicas de sostenibilidad ambiental, de
sostenibilidad del consumo, del crecimiento económico y de la producción; y
sectoriales (Latek, 2015, ver cuadro 2) en su análisis para el Parlamento Europeo. Los demás
son objetivos sociales, con excepción del ODS 17, que se enfoca en los
mecanismos de implementación de la agenda. Se fijó para el año 2019 el próximo examen colectivo para analizar los
avances respecto a ella.
El ODS 13 especifica las
metas referente al Cambio Climático, sin embargo es importante resaltar que el
concepto de la resiliencia, central en la Gestión de Riesgo, figura como una característica definidora en toda la nueva Agenda
del Desarrollo Sostenible (Latek, 2015).
Mayeur (2016) señala que respecto a la forma de
esta incorporación se pueden distinguir tres
niveles, en función de su grado de transversalización:
Nivel 1: La resiliencia es central a la consecución del ODS y
se explicita en las metas referentes a la pobreza, la agricultura, la infraestructura, la urbanización, y los
océanos;
Nivel 2: La consecución del ODS pasa por el desarrollo de
prácticas resilientes y aplicación de técnicas de gestión de riesgos;
Nivel 3: La construcción de resiliencia subyace a todas las
metas relacionadas con construcción de capacidades y empoderamiento de las
personas, educación y sensibilización sobre el cambio climático, modos de vida
sostenibles y la protección de los ecosistemas, y en la medida que la
biodiversidad y la degradación de los recursos naturales que afectan
directamente a la capacidad de muchos pueblos de mantener sus medios de vida ante
las crises.
Costa
Rica ha cumplido con la mayoría de las 39 metas de los Objetivos de Desarrollo
del Milenio (ODM) para el periodo 2000-2015 (PNUD, 2015b). Los 8 ODM son los
antecedentes de los 17 ODS de la nueva Agenda 2030. En el 2015 se ha valorado
el 54% de todas las metas como cumplidas, según indica el Ministerio de
Planificación y Política Económica (MIDEPLAN y Sistema de las Naciones Unidas,
2015) de Costa Rica, además, 19% como parcialmente alcanzadas y 27% como no alcanzadas[8].
Se cumplieron: garantizar la
sostenibilidad ambiental (92% de avance en las metas), promover la
equidad de género y la autonomía de la mujer (83%), y reducir la mortalidad
infantil (75%). Fueron parcialmente cumplidos: lograr la enseñanza primaria
universal (70%), mejorar la salud materna (67%), combatir el VIH/SIDA, la
malaria y otras enfermedades (57%), y fomentar una asociación mundial para el
desarrollo (50%). El único objetivo no cumplido es la erradicación de la
pobreza extrema y el hambre. Cuenta con solo un 17% avance en las metas
(MIDEPLAN y Sistema de las Naciones Unidas, 2015), y la pobreza extrema sigue
afectando al 22,4% de la población costarricense (CNE, 2015a).
ODS |
Objetivos |
|
|
Sociales |
|
1 |
Pobreza:
Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo |
|
3 |
Salud:
Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos, en todas las
edades |
|
4 |
Educación:
Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y promover oportunidades
de aprendizaje durante toda la vida para todos |
|
5 |
Igualdad
de Género: Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las
mujeres/niñas |
|
10 |
Igualdad:
Reducir la desigualdad en y entre los países |
|
16 |
Paz,
Justicia, Inclusión Social: Promover sociedades pacíficas e inclusivas para
el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y
crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todo nivel |
|
|
Sectoriales |
|
2 |
Agricultura:
Poner fin al hambre, lograr seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y
promover agricultura sostenible |
|
7 |
Energía:
Garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna
para todos |
|
9 |
Infraestructura
e Industrialización: Construir infraestructuras resilientes, promover la
industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación |
|
11 |
Urbanización:
Lograr ciudades/asentamientos humanos inclusivos, seguros, resilientes y
sostenibles |
|
|
Sostenibilidad ambiental |
|
6 |
Agua: Garantizar
la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos |
|
13 |
Cambio
Climático: Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus
efectos |
|
14 |
Océanos:
Conservar e utilizar en forma sostenible los océanos, mares y recursos
marinos para el desarrollo sostenible |
|
15 |
Ecosistemas
Terrestres: promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, luchar
contra la desertificación, detener/invertir la degradación de las tierras y
frenar la pérdida de la diversidad biológica |
|
|
Sostenibilidad del crecimiento
económico, la producción y el consumo |
|
8 |
Crecimiento
Económico: Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y
sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos |
|
12 |
Producción
y Consumo: Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles |
|
|
Alianza Mundial |
|
17 |
Cooperación:
Fortalecer medios de ejecución, revitalizar la Alianza Mundial para el
Desarrollo Sostenible |
|
Cuadro 2. Objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo
Sostenible. Fuente: elaboración propia en base de la Agenda 2030 (Naciones
Unidas, 2015).
Reducción del riesgo de desastres
El
objetivo principal del Marco Sendai es “la reducción sustancial del riesgo de
desastres y de las pérdidas ocasionadas por los desastres, tanto en vidas,
medios de subsistencia y salud como en bienes económicos, físicos, sociales,
culturales y ambientales de las personas, las empresas, las comunidades y los
países” (UNISDR, 2015b). Para alcanzar este objetivo en los próximos 15 años,
se tendrá que:
“Prevenir la aparición de
nuevos riesgos de desastres y reducir
los existentes implementando medidas
integradas e inclusivas de índole económica, estructural, jurídica, social,
sanitaria, cultural, educativa, ambiental, tecnológica, política e
institucional, que prevengan y reduzcan
el grado de exposición a las amenazas y la vulnerabilidad a los desastres, aumenten la preparación para la respuesta y
la recuperación y refuercen de ese modo la resiliencia.” (Destacado no es del original) (UNISDR, 2015b).
El Marco Sendai establece siete
metas mundiales para apoyar la evaluación de los avances mundiales en el logro
del resultado, que están integradas en la Agenda 2030 para el desarrollo
sostenible: “Sendai subraya que no se puede hacer
política de desarrollo sin integrar la gestión de riesgos de desastres” (Mayeur, 2015).
Para el 2030 las metas mundiales
incluyen reducir considerablemente 1) la mortalidad causada por desastres, 2)
el número de personas afectadas, 3) las pérdidas económicas directamente
causadas por desastres, 4) los daños causados en las infraestructuras vitales y
la interrupción de los servicios básicos, como los de salud y la educación, y
desarrollando su resiliencia. Además, para el 2030 se busca mejorar
considerablemente 5) la cooperación internacional para los países en desarrollo
mediante un apoyo adecuado y sostenible que complemente las medidas adoptadas a
nivel nacional y 6) la disponibilidad de los sistemas de alerta temprana sobre
amenazas múltiples y de la información y las evaluaciones sobre el riesgo de
desastres transmitidas a las personas, y el acceso a ellos. Finalmente, para el
2020, se busca 7) incrementar considerablemente el número de países que cuentan
con estrategias de reducción del riesgo de desastres a nivel nacional y local
(UNISDR, 2015b).
Con base en estas siete metas se
fijaron cuatro prioridades de acción que corresponden
a 76 puntos de importancia por desarrollar, además, se enfatiza la importancia
del rol de los actores no-estatales, la cooperación internacional y las
alianzas globales. La primera
prioridad es comprender mejor los riesgos de
desastres, en todas sus dimensiones de vulnerabilidad, las capacidades y los grados
de exposición de las personas y los bienes, además, de las características de
las amenazas y del entorno, para ser aprovechados en las políticas y prácticas
de la gestión del riesgo. La segunda prioridad es fortalecer la gobernanza para
la gestión de los riesgos de desastres, en todas sus dimensiones de prevención, mitigación,
preparación, respuesta, recuperación y rehabilitación, a todos los niveles
(nacional, regional y mundial), así como con la participación de los actores
pertinentes. La tercera prioridad es realizar las inversiones públicas y
privadas, en las medidas estructurales y no estructurales, que son esenciales
para aumentar la resiliencia económica, social, sanitaria y cultural de las
personas, las comunidades, los países y sus bienes, y del medio ambiente, para
salvar vidas, prevenir y reducir las pérdidas y asegurar la recuperación y
rehabilitación efectiva. Si son eficaces en función del costo pueden impulsar
la innovación, el crecimiento y la creación de empleo. La cuarta prioridad es aumentar por un lado la
preparación (pre-evento) para la emergencia a fin de ser más eficaz, y por otro
lado reconstruir mejor (post-evento)
en las fases de recuperación y reconstrucción, para reducir los riesgos, entre otras
cosas mediante la integración de la reducción del riesgo de desastres en las
medidas de desarrollo, haciendo que las naciones y las comunidades sean más
resilientes a los desastres. Es esencial empoderar a las mujeres y las personas
con discapacidad para promover, públicamente, enfoques basados en la equidad de
género y el acceso universal en estas materias (UNISDR, 2015b).
Política Nacional de Gestión de Riesgo
La Política Nacional de Gestión de Riesgo 2016-2030 (PNGR) de Costa Rica la
primera política nacional en el mundo en alinearse con el Marco Sendai (CNE,
2016a), define la visión del país en la temática de Gestión de Riesgo de
Desastres:
“El riesgo es una condición
inherente a la actividad humana. Implica
la posibilidad de no alcanzar,
fracasar o perder lo que se espera
hasta el punto, en una condición
extrema, de quedar sin nada. Tal posibilidad no es fortuita, el riesgo es
una construcción social, producto de las decisiones que, a lo largo de la
historia, se adoptan dentro de un cúmulo de alternativas y limitantes para
satisfacer necesidades y generar bienestar. El camino entre lo que se quiere y
lo que se aspira está cargado de incertidumbre; el análisis del riesgo es un
esfuerzo científico por descubrir la ruta más segura, por medio de la cual
alcanzar los objetivos; (...) la gestión del riesgo es un ejercicio que procura
incidir en el ámbito de las causas que hacen previsible la ocurrencia de
eventos perniciosos generadores de daños y de pérdidas, pero a la vez, buscar
actuar en caso de que se consuma o materialice el riesgo, es decir, cuando
ocurra un desastre.”(Destacado no es del original) (CNE, 2015a).
La
PNGR define tres Ámbitos de Gestión. El ámbito de Reducción de Riesgo se enfoca en el
desarrollo de la cultura de prevención “por medio de programas, proyectos y medidas
de regulación que transversalicen la gestión del riesgo en la planificación y
las prácticas sociales y económicas para evitar, mitigar, transferir y retener
el riesgo, operando en el ámbito de las causas directas y los factores
subyacentes” (CNE, 2015b). El segundo ámbito, de Preparativos y Respuesta, está
orientado a la generación de las capacidades nacionales para una respuesta rápida,
efectiva y coordinada ante emergencias. El tercer ámbito, de Recuperación, se
enfoca en la planificación de todas
las acciones de recuperación de corto, mediano y largo plazo ante desastres,
incluyendo actividades de rehabilitación y reconstrucción, la recuperación de
medios de vida y la reactivación económica y social (CNE, 2015b).
La
PNGR, además, cuenta con cinco Ejes Temáticos abordados de una forma que (en
conjunto con los ámbitos) dan “una estructura lógica de articulación de los
principales problemas que deben ser atendidos” (CNE, 2015a). Por esta razón no
coinciden en las cuatro prioridades del Marco Sendai. La PNGR identifica la
problemática, articula los objetivos estratégicos y los resultados esperados,
los indicadores y los “lineamientos de responsabilidad para todo el aparato
estatal costarricense, que deben ser ejecutados bajo una visión integral y
mediante el uso de todos los instrumentos y recursos de gestión con que cuenta”
con que impone “la consideración del riesgo en la planificación de sus acciones
y en el cumplimiento de sus competencias” (ver cuadro 3) (CNE, 2015a).
Lineamiento |
Ámbito: Reducción de Riesgo |
Ámbito: Preparación y
Respuesta |
Ámbito: Recuperación |
|||
Acciones Estratégicas |
Metas |
Acciones Estratégicas |
Metas |
Acciones Estratégicas |
Metas |
|
EJE 1: Generación de Resiliencia
e Inclusión Social |
||||||
1: Inclusión del riesgo de desastres en los programas sociales |
1 |
7 |
N.D |
N.D. |
1 |
1 |
2: Asentamientos humanos en condiciones seguras |
2 |
1 |
N.D |
N.D. |
N.D |
N.D. |
3: Protección y compensación social |
1 |
1 |
1 |
1 |
2 |
10 |
4: Recuperación ante desastres |
N.D |
N.D. |
4 |
11 |
1 |
2 |
Eje 2: Participación y
Desconcentración para la Gestión del Riesgo |
||||||
5: Fortalecimiento del Sistema Nacional de Gestión del Riesgo |
2 |
6 |
1 |
4 |
1 |
1 |
6: Fomento a la gestión local del riesgo |
1 |
6 |
2 |
2 |
N.D |
N.D. |
7: Desarrollo de capacidades en los territorios |
2 |
2 |
1 |
3 |
N.D |
N.D. |
8: Responsabilidad social y deberes compartidos |
3 |
3 |
2 |
3 |
N.D |
N.D. |
9: Mejora continua de la coordinación para la respuesta |
N.D |
N.D. |
1 |
16 |
N.D |
N.D. |
10: Rol de la cooperación |
N.D |
N.D. |
4 |
11 |
1 |
1 |
Eje 3: Educación, Desarrollo del
Conocimiento e Innovación |
||||||
11: Fomento de la investigación |
7 |
22 |
N.D |
N.D. |
N.D |
N.D. |
12: Análisis del riesgo |
N.D |
N.D. |
1 |
1 |
1 |
1 |
13: Acceso a la información |
3 |
11 |
1 |
2 |
N.D |
N.D. |
14: Rol de la educación |
3 |
7 |
1 |
1 |
1 |
1 |
Eje 4: Inversión Financiera
Sostenible, Infraestructura y Servicios |
||||||
15: Presupuesto para la GR y la adaptación al cambio climático |
2 |
3 |
1 |
2 |
N.D |
N.D. |
16: Protección de la inversión en infraestructura |
3 |
12 |
N.D |
N.D. |
N.D |
N.D. |
17: Inversión en poblaciones vulnerables y patrimonio cultural |
3 |
3 |
1 |
2 |
1 |
1 |
18: Disponibilidad financiera |
2 |
7 |
N.D |
N.D. |
2 |
6 |
19: Sostenibilidad financiera para la atención de desastres |
1 |
1 |
N.D |
N.D. |
1 |
4 |
Eje 5: Planificación, Mecanismos
e Instrumentos Normativos para la Reducción del Riesgo |
||||||
20: Inversión preventiva, pública y privada |
2 |
3 |
1 |
3 |
1 |
1 |
21: Gestión del riesgo en la planificación del desarrollo |
3 |
11 |
N.D |
N.D. |
N.D |
N.D. |
22: Regulación del uso de la tierra y el mar |
4 |
14 |
1 |
1 |
N.D |
N.D. |
23: Alianzas público – privadas |
1 |
8 |
1 |
2 |
1 |
1 |
24: Uso de normativa vinculante |
5 |
9 |
1 |
1 |
1 |
2 |
25: Enfoque de largo plazo en la recuperación ante desastre |
1 |
1 |
N.D |
N.D. |
4 |
4 |
Para
cumplir en el 2016 En el
2017 En el
2018 En el
2019 En el
2020 Sin definir |
- 8 6 - 38 - |
1 32 20 3 80 2 |
- 4 - - 21 - |
7 14 5 1 37 2 |
2 3 1 - 12 1 |
4 3 2 2 23 2 |
Total
de acciones estratégicas o metas definidos Total
de acciones estratégicas no definidos (N.D.) |
52 4 |
138 |
25 8 |
66 |
19 11 |
36 |
Cuadro 3. Acciones Estratégicas y Metas (no) definidas en
el Plan NGR 2016-2020 por Eje y Ámbito de la Política NGR. Fuente: elaboración
propia en base del Plan NGR 2016-2020 (CNE, 2015b)
El
primer eje define como objetivo estratégico la incorporación de la variable de riesgo
de desastres en el desarrollo social “con medidas tendientes a generar
resiliencia, disminuir el grado de exposición, aumentar la capacidad adaptiva y
de respuesta”, y como resultado se espera la reducción de los factores de riesgo para las personas
en condición previa de vulnerabilidad y exclusión social (CNE, 2015a). El segundo eje busca fortalecer los
factores protectores de la resiliencia en los territorios, especialmente en las
comunidades vulnerables y el Sector Privado. Se espera que todos los actores
sociales y económicos consolidarán prácticas y compromisos de gestión del
riesgo.
El tercer eje busca “promover el desarrollo del conocimiento, la innovación
y la educación sobre las causas y las alternativas de gestión del riesgo,
mediante el fomento de la investigación, la difusión del conocimiento, las
buenas prácticas y la aplicación apropiada de métodos y recursos tecnológicos
de enseñanza–aprendizaje que estimule progresivamente comportamientos,
decisiones, conciencia y actitudes resilientes, promotoras de innovación y
transformación en las pautas culturales de la población costarricense” (CNE, 2015a). El resultado esperado será que
“la ciudadanía costarricense tendrá
un mejor acceso a la información, conocimiento, percepción y conciencia de las
causas del riesgo y una actitud resiliente en torno a los desastres” (CNE, 2015a).
El cuarto
eje especifica
como objetivo estratégico definir y aplicar una estrategia económica y
financiera de largo plazo que haga posible el análisis y la gestión prospectiva
del riesgo en la inversión en obra pública y en los servicios del Estado. La
finalidad es elevar la calidad, seguridad y duración de los bienes, la
continuidad y la pronta recuperación de los servicios públicos; y con ellas la reducción de los daños y pérdidas en
infraestructura, en líneas vitales y los
servicios públicos del país (CNE, 2015a). El quinto eje busca la incorporación de
la gestión del riesgo como una responsabilidad de aplicar prácticas
innovadoras, seguras y sostenibles, que reduzcan los factores subyacentes del
riesgo y las pérdidas, fomenten la seguridad humana en todas sus dimensiones y
contribuyan a la reactivación económica y social posterior a un desastre. Con base en ello se espera reducir las pérdidas económicas
directas e indirectas asociadas a la actividad productiva nacional (CNE, 2015a).
Plan Nacional de Gestión del Riesgo
Con
base en la PNGR se definirá cada vez por periodos de cinco años, un Plan Nacional
de Gestión de Riesgo, en que se concretizan los acciones estratégicos, las
metas y los responsables (CNE, 2015a). El Plan 2016-2020 “resume un
colectivo de aspiraciones, voluntades y compromisos de nueva generación, para reducir la vulnerabilidad, mejorar
nuestra preparación para atender las emergencias y orientar la recuperación en
caso de desastres” (Destacado no es del original) (CNE, 2015b). Al crearlo se
ha tratado de que cada lineamiento cuente con un cierto desarrollo, lo cual
efectivamente resultó en la definición de 2 a 22 metas por lineamiento, para un
total de 240 metas
(productos esperados) que operativizan una gran variedad de aspectos de la
Gestión del Riesgo, sobre la base de la PNGR (ver cuadro 3) (M. Hidalgo, comunicación personal, 5
diciembre 2016). ¿Pero qué caracteriza esta nueva
generación de aspiraciones, voluntades y compromisos? Esto será analizado
desde varias perspectivas.
Cambios transformativos
Si
bien la Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible indica que sus metas y objetivos,
centrados en las personas, serán transformativos,
y no cabe duda que será transformativa
la incorporación de la gestión de riesgo en la mayoría de los procesos y
contextos organizacionales en la sociedad, sin embargo, en el mismo orden de
ideas, pueden surgir preguntas como: ¿Cuál será el carácter de esta
transformación? ¿Cuáles procesos
requieren ser transformados? ¿Quiénes tendrán que hacerlo? y ¿Cómo se
implementarán estas transformaciones?
Percepción, toma de decisión y
construcción del riesgo: la percepción, así lo enseña la epistemología[9],
depende del modelo teórico y del lenguaje que se utiliza. En términos
generales, lo que se percibe, conoce y entiende en esencia es lo que el
lenguaje permite distinguir e identificar, con base en los modelos conceptuales
y teorías desarrolladas y aplicadas. La percepción también forma la base del
proceso de la toma de decisión. Bonatti et al. (2011) indican que según la teoría de
la decisión, caracterizada por los autores como la teoría más fuerte del ámbito
de la administración organizacional, el proceso decisorio es un proceso mental
desarrollado por una persona para determinar los factores de relevancia para la
decisión, que fundamentalmente recae sobre un análisis del entorno percibido, incluyendo a la incertidumbre (riesgo) en el entorno y
en los posibles resultados de la decisión.
La
decisión por definición se toma de forma individual[10].
Basado en el análisis del entorno, e interrelacionado con los valores, las
experiencias y conocimientos previos que el decisor tiene, este construye una
representación de la realidad en la mente. Dentro de este contexto, la
representación de la situación decisoria, el decisor fija el objetivo que desea
alcanzar, define un criterio de decisión, y elige la acción que le parece lo
más conveniente para lograr su objetivo, es decir: lograr el cambio en su mundo
(como él lo desea). La toma de decisión es guiada por las metas fijadas
(incluso en términos temporales) y restringida por los factores externos fuera
del control del decisor (por ejemplo las decisiones de otros decisores).
Además, es distorsionada por los sesgos cognitivos involucrados en el proceso
decisorio del ser humano. Dado que se basa en una representación de la realidad, esta conceptualización del proceso
decisorio es constructivista en carácter.
La gestión del riesgo de la nueva
generación también se basa en una concepción constructivista (CNE,
2015a). Se fundamenta en la teoría de construcción social del riesgo, que
indica que a través de las decisiones se incorporan el riesgo de desastres en
el desarrollo humano. Por ejemplo, se construye en un sitio que está expuesto a
inundaciones, o cuando se utilizan materiales y métodos de construcción
inadecuados para resistir a los terremotos o tormentas que podrían ocurrir en
la región, se construye el riesgo de desastres socialmente (UNISDR, 2015a). Y este riesgo se materializa ante un evento,
sea de origen natural, tecnológico o provocado por el hombre, en función de las
condiciones de vulnerabilidad: la fragilidad ante una exposición, las
debilidades en factores socio-económicos y la resiliencia débil o nula
(Saborío, Saborío y Mora, 2014). Estos factores dificultan o inhabilitan la
absorción del impacto del evento.
Para ilustrar lo anterior, Barrantes (2016) expone una problemática conceptual en la
definición del Índice de Fragilidad Ambiental (IFA), aplicado en los planes
reguladores del uso de suelo. Entre menos frágil, según el resultado de su
cálculo, se concluye que el suelo sea más apto para utilizarlo. El factor del
riesgo de desastres queda subvalorado en este cálculo porque en la metodología
aplicada se promedia los riesgos de
desastres entre sí, y se les incorpora en una valoración cualitativa en conjunto con otros factores, según Barrantes (2016), quien concluye que se
debe valorar el riesgo (de desastres) de forma separada a la aptitud del uso de
suelo. Tampoco la fragilidad es necesariamente el invertido de la aptitud para
el uso, que pretende indicar. Podría ser poco frágil, pero muy riesgoso, según
Barrantes (2016). Aunque se debe reconocer que la metodología del IFA
efectivamente incluye cierta valoración del riesgo de desastres, causada por la
forma en que se ha conceptualizado la metodología resulta que las decisiones
que se toman con base de ella incorporan mucho más riesgo de desastres que lo
deseado.
Escalabilidad y tipos de
riesgo: En relación con la Teoría de la Construcción Social del
Riesgo se entiende la escalabilidad como una característica
de los conceptos de riesgo, desastre y de los daños y pérdidas asociadas a
ellos: están en una escala continua entre global, nacional, regional, local
(comunal) y familiar (UNISDR, 2015a). Pueden ocurrir en todos los niveles
sociales y escalas de organización. Se entiende también como estar en una
escala continua entre intensiva y extensiva. Los primeros se refieren a los
generados por eventos de corta duración, de alto impacto que tienen un período
de retorno largo. Los segundos se deben a eventos de largo plazo, a pequeña
escala, que se repiten a menudo, los cuales por definición son de tipo local.
Las pérdidas acumuladas a pequeña escala, durante un período de tiempo largo,
pueden ser tan importantes como los de un solo evento de alto impacto
infrecuente, y los desastres intensivos de pequeña escala o patrones de riesgo
pueden y muchas veces hacen evolucionar hacia patrones intensivos a gran escala
(UNISDR, 2015a).
El riesgo de desastres es claramente identificable como un tipo distinto de
riesgo, sin embargo, debe tenerse en cuenta en relación con otros tipos, dentro
de los procesos de desarrollo, como el crónico que se siente todos los días, de
una enfermedad, la adicción, el desempleo y el conflicto social; sino también
la guerra, el terrorismo y las pandemias, así como la pobreza o el cambio
climático relacionados con escenarios de peligro, para permitir a la gestión de
riesgo de desastres estar más estrechamente integrados con otros tipos
genéricos de control de riesgos, tales como riesgos para la salud, riesgos de
seguridad pública; y los riesgos tecnológicos (UNISDR, 2015a). Esto apunta hacia una
gran complejidad en las relaciones entre distintos elementos de la Agenda
Global, y entre ellos y los lineamientos de la PNGR y su plan, particularmente
en los Ejes 1 y 2: la Generación de Resiliencia e Inclusión Social, y la Participación y
Desconcentración para la Gestión del Riesgo.
Un ejemplo, sobre algunas dinámicas psicosociales y la salud mental en
relación con desastres se encuentra en la exposición de Escalante y Ramírez
(2016), quienes indican que ya no se concibe la atención de la salud mental
necesitada como meramente curativa, focalizado en el evento traumático, sino
que se enfoca en las personas como ”agentes de cambio, con la capacidad de
realizar un manejo del riesgo dentro de la comunidad” y en la capacidad de la
comunidad de transformar las condiciones
causales (respecto a la salud mental). Un evento que podrá causar un trauma
es la reubicación de la comunidad que implica el duelo por la comunidad
perdida, además, la necesidad de reconstruir el “tejido social”. Otra dinámica es
que la falta de información o la información distorsionada causa temores y
conlleva a la generación de mitos y rumores, en que se debe intervenir
brindando conocimientos técnicos sobre las amenazas y estrategias de
afrontamiento. Especialmente los niños, las niñas y los jóvenes evidencian
temores hasta por años después de un evento, según Escalante y Ramírez (2016),
en parte, porque las instancias educativas del país no están adecuadamente
preparadas para situaciones de emergencias y no se les explicó el riesgo y las
posibles consecuencias, por lo que generaban sus propias ideas distorsionadas.
Concuerda López (2014), con base en las lecciones aprendidas respecto al
terremoto de Nicoya del 2012, que la experiencia indica que la necesidad de
asistencia psicológica después de un desastre no se debe limitar a los primeros
días de la emergencia. Indica, además, que las redes sociales se deben
“considerar como un actor más en la gestión de las emergencias y los desastres
“, y aunque según Hidalgo y Araya (2015) sí son una fuente de rumores,
desinformación y falsedades, a la vez forman una herramienta para lograr un
“flujo más efectivo de información confiable y útil, porque genera confianza en
las instituciones y favorece la construcción de una ciudadanía participativa”.
Relación entre las prácticas de gestión
del riesgo y la Agenda Global: se pueden distinguir tres prácticas de la gestión del riesgo: la prospectiva,
la correctiva y la compensatoria; las cuales se relacionan con la Agenda Global
(ver cuadro 4). La gestión del riesgo se dirige a evitar y reducir los riesgos de
desastres, fundamentada en “decisiones informadas sobre la base de ecuaciones
costo-beneficio bien entendidos”, o aplicar medidas compensatorias (incluso
aumentar la resiliencia) si evitar y reducir es imposible (UNISDR 2015a).
|
Prospectiva |
Correctiva |
Compensatoria |
Gestión de Riesgo |
Evitar Riesgo |
Mitigar /
Reducir Riesgo |
Fortalecer
Capacidad de Recuperación – Social y Financiera– de Desastres |
Cambio Climático |
Mitigar Cambio
Climático |
Adaptación al
Cambio Climático |
Fortalecer
Capacidad de Recuperación a Eventos Extremos Asociados con el Cambio
Climático |
Desarrollo Sostenible |
Contribución
al Futuro Desarrollo Sostenible |
Incrementar la
Sostenibilidad de Existentes Condiciones del Desarrollo |
Fortalecer
Capacidad de Recuperación de Vulnerables a Riesgos Diarias y Choques |
Cuadro 4: La práctica Prospectiva, Correctiva y
Compensatoria en la GR, el Cambio Climático y el Desarrollo Sostenible. Fuente:
GAR15 (UNISDR, 2015a)
La transformación de decisiones: La visión y los conceptos que fundamentan los marcos de
Sendai, New York y París, implican que la gestión del riesgo tendrá que ser
ampliada e incorporada en muchos más aspectos de la vida cotidiana, y más
desarrollada en los ámbitos de la administración pública y empresarial, a una
escala mucho mayor que hasta ahora se ha puesta en práctica. No más serán “los
funcionarios de los gobiernos locales encargados de la planificación y
formulación del ordenamiento territorial” (Saborío, Saborío y Mora, 2014), a
quienes corresponda la responsabilidad primaria para la gestión de riesgo. Para
decirlo de otra forma: no sean los profesionales en gestión del riesgo los únicos que
se enfrentan a este desafío, no son ‘ellos’ que (sencillamente) procuren en la
población estos cambios, sino que sean
todos los que tendrán que adaptarse y
cambiar, en el pensamiento y en la toma de decisiones, para solidariamente
y conjuntamente tomar en cuenta la valoración del riesgo de desastres y
contribuir a su reducción. Se requiere, por ejemplo, de cambios “en todas las
personas en el planeta”, según
indica Mayeur (2015), para
desvincular el crecimiento económico de la degradación del medio ambiente (ODS
8), y procurar modalidades de consumo y producción sostenibles (ODS 12).
Se tendrá que procurar la
incorporación de la gestión de riesgo, no sólo en muchos, sino en todos los procesos de la toma de decisión en los ámbitos públicos,
empresariales, comunales, familiares y (por tanto) personales. Todos
tendrán que llegar a entender la gestión del riesgo no como una recarga a
nuestro trabajo regular, para la cual ‘no se tendrá ni el tiempo ni el dinero’
para hacerlo, sino como una variable normal, un aspecto ordinario de la toma de
decisión, en todo lo que se hace, para reducir los riesgos para los individuos,
las familias y las organizaciones. Esto requiere, sin duda, una cierta
sensibilización, que será producto de un aprendizaje e implicará el desarrollo
de ciertas habilidades nuevas y ajustes de hábitos viejos. El ser humano tendrá
que pasar por un proceso de cambio (personal) y de adaptación a una realidad
organizacional nueva.
Cambios organizacionales
transformativos: El Cambio
Organizacional es la especialización en el ámbito de la administración de
negocios en la cual se enfoca en la intervención los
procesos organizacionales, en las conductas y prácticas de grupos de personas y
en dar forma a la percepción de su realidad organizacional. El cambio
organizacional se debe entender en un sentido amplio, es decir: no sea
únicamente el cambio en la empresa privada o la organización con fines de
lucro, sino se refiere también por ejemplo al cambio en una institución pública
ó un departamento de ella, una municipalidad o una organización comunal, sin
decir que todos estos procesos de cambios tendrán características y dinámicas
idénticos. Independientemente del modelo teórico[11]
que se aplicará o de la dinámica grupal o metodología que se utilizará para
lograrlo, el objetivo es facilitar los
procesos de implementación en los distintos contextos organizacionales
(institucionales). En caso de ser exitosa esta intervención, el grupo (la
organización) adoptará un funcionamiento diferente, más eficiente, que le
llevará a mejores resultados, se vean las cosas de forma diferente, se
interactúa mejor y persiguen
distintos valores (por ejemplo calidad o servicio al cliente sobre rapidez).
A final de cuentas, involucran procesos de aprendizaje y ajustes de la
perspectiva y de las conductas. Es importante para este proceso la creación de condiciones
favorables, conductivas a que el proceso de cambio se desarrolle de forma
adecuada y termine con la obtención del objetivo, la implementación del cambio,
sin producir una resistencia que complica o fracasa el proceso.
Se
pueden distinguir tres tipos de cambios, según Ackerman y Anderson (2001):
cambios tipo crecimiento, cambios del tipo transición de A al B y cambios
complejos de tipo transformativo. Los cambios transformacionales se distinguen
por dos características. En primer lugar el futuro estado que se busca a través
del cambio es desconocido. Por lo anterior el proceso para llegar a realizar
este estado futuro tampoco puede ser claro. En segundo lugar el futuro estado
que se busca es tan diferente del estado actual, que un cambio total, radical,
en la perspectiva es necesario para idearlo, implementarlo y sostenerlo
(Ackerman y Anderson, 2001).
Para
lograr un cambio transformativo se debe contar primero con una estrategia integral del cambio, que se
dirige a tres componentes de igual importancia: el contenido, las personas y el
proceso. El contenido es constituido por la ‘destinación’ nueva de la
organización. El segundo elemento indispensable es lograr la transformación de
la perspectiva de las personas, de los líderes y los empleados, para que el
cambio provenga ‘desde adentro’ (de la persona) y no sea visto como impuesto
‘desde afuera’, lo que generalmente resultará en una resistencia al cambio. Por
tanto, un cambio transformativo se basa en un proceso continuo en que se busca la participación y la co-creación,
afrontándose conjuntamente a situaciones de incertidumbre y a probabilidades.
El cambio transformativo solo se logra si se ha alcanza una masa crítica de
personas dentro de la organización que realizó su transformación de perspectiva,
y los líderes deben hacerlo de primero, o muy temprano en el proceso de cambio,
para lo cual se recomienda crear un ambiente fuera del contexto de la oficina,
que puede facilitar el proceso en un contexto de seguridad psicosocial, indican
Ackerman y Anderson (2001). Y tercero, es indispensable diseñar, implementar y
corregir continuamente el proceso de la implementación transformacional. Con
respecto a la planificación del cambio transformativo se debe tomar en cuenta,
según los autores, que ambos el proceso (de cambio) y su resultado son
emergentes. Se debe planificar lo mejor que se puede, y después afrontar los
desafíos que se encuentran.
Análisis del Plan Nacional de Gestión
del Riesgo
Partiendo
de lo anterior se puede realizar una lectura del Plan Nacional de Gestión del
Riesgo 2016-2020 (CNE, 2015b), que se enfoca en la estructura
lógica de los principales problemas que deben ser atendidos (CNE, 2015a). Esta
estructura se ve reflejada en sus metas y puede haber acercamiento a su
contenido desde varias perspectivas:
Conceptos organizacionales: En primer lugar,
aunque no sea un ordenamiento definitivo, se pueden reconocer seis principios
que dan forma a los procesos de
organización al nivel sistémico y social (ver figura 1), junto con los objetivos
en la organización dan mejores resultados, tanto en el sentido de aumentar
la capacidad de respuesta y resiliencia, como reducir los riesgos, daños y
pérdidas. Al nivel sistémico, son los principios de homogenización,
desconcentración y coordinación que forman la base de las mejoras de los procesos organizativos. Mediante estos
principios, que se relacionan entre sí y que son interpuestos desde arriba, se busca crear condiciones
sistémicas favorables para la mejora de los resultados. La desconcentración (hacia
más local) de los recursos y de la organización y las capacidades de la gestión
del riesgo irían de la mano con una estandarización de estas mismas prácticas
para mantener y aumentar las facilidades para la coordinación entre actores y
procesos. Por otro lado, se puede notar que en el nivel social operan los
principios de participación, inclusión social y cooperación, que se enfocan en
crear el condicionamiento social, el sustento desde abajo, para que se dé la dinamización
que se ocupa en este contexto. La participación de más actores en la gestión
del riesgo y la inclusión social de los más vulnerables busca procurar la
cooperación entre todos, basada en la solidaridad y la responsabilidad
compartida, o como indica la Agenda 2030: para que nadie quede atrás.
Figura 1: Principios Organizacionales y Dinámicas en el
Entorno de la Toma de Decisión. Fuente: elaboración propia.
En
segundo lugar, se pueden identificar varias dinámicas en el entorno de la toma
de decisiones que juegan un papel significante en cada uno de sus contextos. A
nivel sistémico, la toma de decisiones toma forma con base en las prácticas
prospectivas, correctivas y compensatorias de la gestión del riesgo. Más
ampliamente se enfoca en la regulación que define en cierto sentido las ‘reglas
del juego’, además, la organización (de las partes del sistema), la adquisición
de conocimientos (la investigación), la innovación y los procesos de
planificación.
La
definición de las ‘reglas del juego’ incluye la creación del marco normativo y
los reglamentos, procedimientos, protocolos, directrices y lineamientos
conexos. Algunos ejemplos incluyen la regulación de la posibilidad de limitar
servicios públicos a sitios en condiciones de riesgo, definir como delito las prácticas o
negligencias que exacerban riesgo, la autorización de la CNE para la contratación en caso de
emergencia y la definición de competencias separadas para la atención a
emergencias (respuesta) y la Gestión del riesgo (prevención). Algunos de
estos aspectos también afectan la organización del sistema, en el sentido en
que la separación de las competencias efectivamente crearía dos instituciones o
autoridades. Además, se puede ejemplificar los cambios de la organización (del
sistema) con la propuesta de apertura de dos oficinas regionales de la CNE
(Guanacaste y Limón), la agregación de un subsistema, Recuperación, al
Sistema Nacional de Gestión del Riesgo (SNGR), el objetivo de asegurar la
existencia de comités de emergencia en todas las municipalidades e
intendencias, y que todos ellos cuenten con participación de las empresas
privadas.
Aunado
a lo anterior, se crearán programas sociales, becas, subsidios, fondos y líneas
de crédito y se fomentará la aplicación de mecanismos de aseguramiento. Además,
se tiene como metas: la implementación de un componente de coordinación entre ONG’s y comités de emergencias, el
establecimiento de convenios de asistencia humanitaria mutua en la región
centroamericana, de convenios de intervención del sector privado en situaciones
de emergencia y el fomento de una mayor cooperación ‘’intermunicipal’’. En relación con los recursos, prácticas y capacidades, las metas
incluyen que las municipalidades abran sus propias oficinas de gestión de
riesgo, además, que contaran con sus planes reguladores, y que los aplican de
forma consistente. También se tiene como meta mapear y aumentar las capacidades de
respuesta de las instituciones, fomentar prácticas de continuidad de negocios y
de aseguramiento en el sector privado e implementar estrategias de continuidad
de servicios en las instituciones estatales, desconcentrar la logística (los
recursos de la CNE) hacia 15 bodegas regionales, y mejorar las prácticas y las capacidades por medio de la
realización de un simulacro y dos simulaciones a nivel nacional, regional y
local cada año.
La
toma de decisiones en el contexto social gira alrededor de la motivación
(premiar, sancionar), la percepción, conciencia y acción de las personas. Se
trata de movilizar a los actores y dar dirección a esta movilización a través
de los procesos de informar, educar y responsabilizar. Se busca crear la
sensibilización y el fomento de mejores prácticas y crear capacidades respecto
a la gestión del riesgo. Ejemplos de metas incluyen la promoción de la gestión
de riesgo en los colegios de profesionales, la realización de cambios en la
formación de futuros profesionales en derecho y administración, el otorgamiento
de premios
para comunidades resilientes, buenas prácticas y logros en la gestión del riesgo y la acreditación de los planes de
emergencia del sector privado y de los comités de emergencia municipales.
Enfoques temáticos: Una lectura continuada del Plan 2016-2020 enseña que
al nivel de las metas es posible distinguir un enfoque primordial en la creación de las
condiciones sistémicas que son indispensables para poder gestionar, más adelante, de forma eficaz e
eficiente conforme los objetivos de la PNGR. El
mayor peso claramente está en el Ámbito de Reducción de Riesgo, en la cual se
encuentran 52 (54,2%) de las 96 acciones estratégicas y 138 (57,5%) de las 240 metas
(ver cuadro 3). Además, se puede detectar que los Ejes 5 y 2 representan los
aspectos de principal atención, con 61 (25,4%) y 58 (24,2%) del total de las
metas, en contraposición al Eje 1, con el menor peso (34 metas, 14,2%).
Las
metas del Plan reflejan además, un importante énfasis en el desarrollo de los
aspectos metodológicos y de la instrumentación de investigación, necesario para
la adquisición del conocimiento científico, que incluye establecer indicadores,
criterios de decisión, estándares, instrumentos de medición, crear bases de
datos, mapas y sistemas informáticos para el monitoreo y seguimiento de
avances. Además, se puede destacar la meta de desarrollar durante 2017 un plan
que establece las prioridades de investigación a nivel nacional. Especialmente en el Ámbito de
Reducción del Riesgo se puede observar un enfoque en la adquisición del conocimiento,
así en los medios y las modalidades de la divulgación de información al
público. Además, se enfoca en el diagnóstico del riesgo presente en la
infraestructura pública, incluyendo su caracterización y cuantificación, así su
inclusión en los modelos tarifarios de los servicios públicos. En el Ámbito de
Preparativos y Respuesta se puede destacar un énfasis en los recursos para la
re-ubicación temporal de afectadas, tanto en sistemas de comunicación de
información como de alerta temprana. En el Ámbito de Recuperación se busca a gran medida la creación de
recursos económicos y las condiciones para que puedan ser aprovechadas y
aplicadas en esta fase, mediante la constitución de programas de soporte para
los afectados de desastres, incluyendo a los pequeños agricultores, las
mujeres, los estudiantes, los temporalmente desempleados y otros grupos. Aunado
al incremento de recursos que hacen falta también se busca la protección de los
existentes, especialmente los ambientales y/o críticos, entre ellos el agua y
la información crítica.
Metas no definidas: El Plan
2016-2020 se originó en un proceso consultativo extenso “con base en revisión
documental, talleres y reuniones de consulta a todo nivel en el que estuvieron
involucrados más de mil personas” (CNE, 2015b). Además, se debe entender como
una captura de pantalla de un proceso
de planificación y gestión que se desarrolla y ajusta de forma continua, dentro
una línea de la planificación existente. En este proceso se ha tratado de no
definir metas que estarían condicionadas a otras metas, ni que la ausencia de
una se fundamente en la necesidad de cumplir primero otra en otro lineamiento o
en otro ámbito del mismo lineamiento (M. Hidalgo, comunicación personal, 5 de diciembre de 2016). No
obstante lo anterior, se observa que no se ha definido ninguna meta en uno o
dos de los Ámbitos de Gestión, respecto a 18 lineamientos. Precisamente en 23
(30,6%) intersecciones entre Ámbitos y lineamientos, el proceso consultativo no
resultó en la definición de ninguna meta, aunque no existe un fundamento
evidente del por qué será imposible
identificar por lo menos una meta por cada uno de estos 23 casos. Un ejemplo es
el lineamiento 12 (análisis del riesgo), que no cuenta con una meta definida en
el Ámbito de Reducción de Riesgo, aunque parece ser apropiado hacerlo. Otro
ejemplo es el lineamiento 11 (fomento de la investigación), lo cual no tiene
metas definidas en el Ámbito de Preparación y Respuesta, ni en el de
Recuperación. Lo anterior conlleva a una primera recomendación (ver
recomendación 1).
Adaptación al cambio climático: En segundo
lugar, aunque se debe reconocer que las palabras adaptación y Cambio Climático
efectivamente se utilizan en el Plan 2016-2020, se desprende de la inicial “contribución
determinada a nivel nacional” (INDC) costarricense para el Acuerdo de París, que para el
2018 queda pendiente el desarrollo de un Plan Nacional de Adaptación[12],
un Programa de Vigilancia de Salud para detectar y dar seguimiento a las
patologías asociadas al Cambio Climático, y para el 2020 se espera el
desarrollo de un Programa Nacional de Monitoreo de Vulnerabilidades capaz de
detectarlas y corregirlas en la infraestructura y los asentamientos humanos (MINAE, 2015). Indica la
INDC que Costa Rica necesita desarrollar metodologías y herramientas de
evaluación “para articular la conexión entre las Políticas de Reducción de
Riesgo de Desastres y las Políticas de Adaptación”. Además, para implementar acciones respecto a la adaptación al Cambio Climático
durante el periodo de planificación 2016-2030, “será necesaria la
identificación de sectores y regiones vulnerables, y establecer prioridades
para los futuros estudios y desarrollar prácticas para reducir estas
vulnerabilidades” (MINAE, 2015). Esto requerirá “proceses de fortalecimiento y
promoción de altos niveles de coordinación y trabajo en equipo entre las
distintas entidades del Sector Público y de la Sociedad Civil”. Basado en lo anterior se debe concluir
que no pueden estar incorporadas las acciones estratégicas (de adaptación,
vigilancia de salud, y monitoreo de vulnerabilidades) en el presente Plan, lo
que lleva a una segunda recomendación (ver recomendación 2).
Todo tipo de amenaza: se puede visualizar el
Plan
2016-2020 también desde otra perspectiva: respecto al enfoque que aplica. La
Gestión de Riesgo en Costa Rica actualmente está enfocada en las amenazas
naturales, principalmente en las geológicas e hidrometeorológicas[13].
El origen de este enfoque, salvo por limitaciones de recursos, son las
experiencias que históricamente se han tenido en Costa Rica. Según Saborío
(2014) y Vallejos et al. (2012), causan la mayoría de los daños y pérdidas los
deslizamientos e inundaciones, la sismicidad, la licuefacción, el vulcanismo,
los tsunamis y los incendios forestales. No obstante, en varios países se
utiliza un enfoque distinto: el de ‘todo tipo de amenaza’ (‘all-hazards
approach’). En los Estados Unidos la FEMA[14]
se basa en la mejora continua de 32 capacidades claves para la prevención,
mitigación, preparación y respuesta, según se indica en el Informe de
Preparación Nacional 2016 (Estados Unidos. Homeland Security, 2016). El
objetivo de esta perspectiva es crear una resiliencia
más robusta a todos los niveles y en todos los contextos en que podrían
surgir amenazas y materializarse un desastre. Se centra en las posibles amenazas futuras y una
valoración de los recursos y capacidades necesarias para enfrentarles, con base
en las tendencias y actualidades globales, que no necesariamente coinciden en las
amenazas que históricamente se han materializado. Esto lleva a una tercera y
cuarta recomendación (ver recomendación 3 y 4).
¿Mecanismos deseados?: Si se cuestionan
los mecanismos con que cuenta el SNGR, primero podemos indicar que la Ley
Nacional de Emergencias y Prevención del Riesgo (2006) define los Comités
Asesores Técnicos (CAT). El reglamento de los CAT’s emitido en 2016, que se
está implementando, define las funciones y labores en relación “con un fin y con un área
temática específica y de acuerdo a las necesidades que se presentan para la
toma de decisiones en cuanto la prevención, preparativos, respuesta,
reconstrucción y recuperación” (CNE, 2016b). Lo anterior incluye la responsabilidad del CAT de definir
un Plan de Trabajo anual y rendir informes semestrales a la Dirección de
Gestión de Riesgo (DGR) de la CNE, de lo cual jerárquicamente dependen (CNE,
2016b) y que a su vez brinde un informe cada periodo presidencial, sea cada 4
años. Se debe reconocer que la prevención en lo general se enfoca en evitar y
reducir los riesgos, o aplicar medidas compensatorias. Sin embargo, dado el
enfoque en Costa Rica en las experiencias previas y (principalmente) en las
amenazas naturales, la identificación de amenazas emergentes y nuevas (i.e. anteriormente desconocidos en el país),
podría en la práctica quedar fuera de la ‘vista’. Estas amenazas emergentes
podrían incluir aquellas cuya probabilidad es difícil o imposible de conocer o,
por su naturaleza, no corresponden a cierta probabilidad de ocurrencia (que se
pueda conocer en base en datos históricos), como un acto de terrorismo, o
alguna afectación de la Producción Alimenticia Nacional por el Cambio
Climático. Podrían ocurrir de repente como culminación de procesos muy lentos,
o surgir de causas externas al país. No se evidencia un mecanismo estructural dentro del SNGR que
procurará de forma sistémica la
identificación de estos tipos de
amenazas emergentes y nuevas para el país, un mecanismo que garantiza una
revisión o reflexión periódica al respecto y una evaluación de la
vulnerabilidad del país a ellas. Esto lleva a una quinta recomendación (ver
recomendación 5).
Por
otro lado, en Costa Rica los aspectos que se relacionan con la seguridad (o el interés)
nacional actualmente no son contemplados desde la perspectiva de la gestión del
riesgo. Dentro una perspectiva de interés nacional podría pensarse en la
vulnerabilidad de la infraestructura vital del país (por ejemplo las redes
energéticas y de telecomunicaciones) a interferencias maliciosas en ellos,
incluso mediante el uso de la tecnología y la conectividad cibernética, recién
ejemplificado por el ataque cibernética (a partir del 12 de mayo) a una escala
mundial nunca antes visto, con afectaciones en 150 países, que incluyeron a los
servicios de hospitales en Inglaterra y de ambulancias en Escocia (Booth,
2017). También cabe dentro de esta perspectiva la contemplación de un acto de
terrorismo y la posibilidad de una radicalización de personas o grupos. Estos y
otros aspectos del contexto de seguridad global o regional, que potencialmente
involucran riesgos a nivel nacional o local, deben ser abordados e integrados
en el contexto de la gestión del riesgo, dado que en todo caso, aunque no sean
previstos o contemplados anticipadamente, de igual manera recaerá sobre la CNE
atender las consecuencias. Siendo no evidente esta integración entre
estos Ámbitos o perspectivas, se hace una sexta recomendación (ver recomendación 6).
En
la práctica de la gestión de riesgo de desastres holandesa se desarrollan y
evalúa escenarios de amenazas potenciales desde la perspectiva de los intereses
del país como mecanismo para
determinar si las capacidades existentes, tanto en personal, material,
conocimiento, entrenamiento y acuerdos, a la luz de los escenarios
desarrollados, son los suficientes o requieren ajustes (Holanda. Ministerie van
Binnenlandse Zaken en Koninkrijkrelaties, 2013). Su metodología se basa en la
evaluación periódica de la probabilidad y el impacto potencial de cada
escenario dentro el marco de su estrategia
de seguridad nacional, que contempla la seguridad física, económica,
ecológica, territorial y la estabilidad social y político del país (Holanda,
Ministerie van Binnenlandse Zaken en Koninkrijkrelaties, 2013). Algún escenario
podría ser poco probable, pero causal de gran impacto, mientras otro podría ser
más probable, pero causal de menor impacto. Las diferentes circunstancias
podrían ejercer una demanda distinta sobre las capacidades y recursos de respuesta
y de recuperación. El punto de partida del desarrollo de escenarios es la preparación
para un desastre potencial, como también es característico del enfoque
estadounidense (all-hazards approach). La consideración anticipadamente de
escenarios podría facilitar la reflexión sobre alternativas logísticas, la
posibilidad de pre-planear estrategias para desarrollar la respuesta y manejar
diferentes aspectos del desastre, o el desarrollo de nuevas capacidades o la
adquisición de nuevos recursos (técnicos) si se detectaron deficiencias.
En
Costa Rica, basado en algunas experiencias[15],
se ha fortalecido (se presume) la resiliencia en los hospitales, por otro lado
podría estar creciendo, por ejemplo, el riesgo de un incendio estructural
grande, por la construcción reciente de muchas torres residenciales. Para otros
escenarios concebibles no se evidencia la existencia de planes de contingencia,
como por ejemplo la caída de un avión de pasajeros en zona urbana, el
hundimiento de un crucero a una distancia mediana de la costa, o un accidente
tecnológico con consecuencias ambientales graves. Por tanto, el desarrollo de
diferentes escenarios será un mecanismo de potencial utilidad por las razones
ya mencionadas. Con base en apreciaciones subjetivas respecto al contexto
costarricense se podría llegar provisionalmente a una visualización de
escenarios concebibles para Costa Rica (ver figura 2). En este se muestras en
rojo los escenarios para los que se presume que el país no está preparado.
Figura 2. Visualización de escenarios concebibles para
Costa Rica, por probabilidad e impacto potencial. Fuente:
elaboración propia, adaptado del factsheet Strategie Nationale Veiligheid 2013
(Holanda, Ministerie van Binnenlandse Zaken en Koninkrijkrelaties, 2013).
Aunado
a lo anterior el desarrollo de escenarios a la luz de las tendencias y los avances
tecnológicos globales, regionales y nacionales podrá inducir a pensar fuera del marco de referencia,
que incluso podrá generar ideas para la innovación y para soluciones
sostenibles de la reducción del riesgo, útiles dentro o fuera del país, que potencialmente
fortalecerá la posición de Costa Rica en la vanguardia mundial de la temática.
Para esto se podría partir de los factores de especial importancia, como su
imagen internacional, el turismo, el medio ambiente y el liderazgo del país en
la temática de la gestión del riesgo y los diferentes intereses nacionales en
general. Lo anterior lleva a la séptima recomendación (ver recomendación 7).
Aún
más allá de las tendencias y actualidades mundiales que podrían afectar al país
a corto plazo, se podría explorar un escenario a (muy) largo plazo, para
contemplar y analizar posibles amenazas (y soluciones para ellas). El
mencionado programa de vigilancia de
salud para detectar y dar seguimiento
a las patologías asociadas al cambio climático apunta hacia un lado muy
importante: la salud humana en relación con las condiciones ambientales en que
vive. En este mismo orden de ideas, la producción agrícola, sea para el consumo
nacional o para la exportación, podrá verse afectada por cambios en las
condiciones ambientales. El cambio climático podría bajar el rendimiento
productivo de forma directa, o las enfermedades de las plantas podrían empezar
a afectar más a los cultivos. En otro orden de ideas, el tema de la movilidad
humana, el desplazamiento de personas por desastres y los efectos
adversos del cambio climático, podría ser un escenario de importancia para
Costa Rica, ejemplificado recientemente por el traslado de muchos haitianos
(presuntamente de paso hacia los Estados Unidos). La magnitud de
este fenómeno a nivel mundial, que ya alcanzó 27 millones de persones anuales entre
2008 y 2013, podría incrementarse mucho más en el futuro, indica la
UNHCR (2015). El texto de la decisión del Acuerdo de París (UNFCCC, 2015b) indica
la necesidad de desarrollar enfoques integrados para evitar, mitigar y abordar
este desplazamiento. Los derechos de las personas desplazadas por desastres
naturales y por el cambio climático (los llamados refugiados climáticos), por ejemplo, no son protegidos como los
derechos de los refugiados por otras causas. Costa Rica, con base en su
tradición democrática y su defensa de los derechos humanos, podrá aportar de
forma importante a este aspecto de la agenda de adaptación al cambio climático. Por lo anterior surge
una octava recomendación (ver recomendación 8).
Implementación: Para lograr
la implementación efectiva de la Agenda Global, se necesitan ajustes
significativos en los sistemas de valores, toma de decisiones y cambios
(incluso sacrificios) en el estilo de vida. Requiere inversiones y tanto
esfuerzos personales como organizacionales (institucionales) en términos de
tiempo y recursos. Tener un
marco normativo a nivel nacional es una cosa, su efectiva implementación a
nivel organizacional e institucional y en la vida personal es otra. El reto está en
superar, o mejor evitar, la resistencia
al cambio en la vida laboral, comunal y personal, para materializar los
efectos reales que se buscan a través de las metas y objetivos indicados en el
Plan. Para cumplir el objetivo de reducir de forma substancial el riesgo y los daños y pérdidas que conllevan las
materializaciones de los desastres, se requiere de un esfuerzo de todos
solidariamente y en cooperación. Pero un proceso de implementación o cambio se
podrá tornar más difícil, e incluso podrá fracasar, si se tiene que enfrentar
(mucha) resistencia a este cambio. Y no sea suficiente con cumplir –
administrativamente – la norma, sin que cambie el status quo o constituye un efecto en el mundo real. No se debe
confundir los dos objetivos que están en juego: el objetivo de cumplir la meta
o normativa y el objetivo de efectuar cambios en el mundo real. Un ejemplo se
encuentra en que aunque en Costa Rica existe la obligación de presupuestar para
la gestión del riesgo a nivel institucional, a veces se cumple presupuestando
un monto simbólico, sin que se efectúe en el mundo real los cambios que se
busca.
Las
metas del Plan 2016-2020 que se dirigen al sector privado incluyen acreditar a
los planes de emergencia, fomentar prácticas de continuidad de negocios e
incrementar el grado de participación de empresas en los comités de emergencia
municipales. Las acreditaciones de los planes no se realizarán en la CNE, sino
se creará un ente en el futuro. Será basado en la norma que define los
requisitos para los planes y preparativos de respuesta ante emergencias para
centros laborales o de ocupación pública (CNE, 2014). Este tipo de
planificación para emergencias requiere de un desarrollo substancial de
análisis de las condiciones de amenaza, vulnerabilidades y riesgos existentes,
las circunstancias e instalaciones específicas de la organización, y la
determinación de una política de gestión de riesgos, los mecanismos de
activación y de los procedimientos operativos, de evaluación de daños y de la
recuperación (i.e. la continuidad operativa del negocio o servicio). Además, se
deben realizar revisiones periódicas del plan, ejercicios de mesa
(simulaciones) y ejercicios prácticos (simulacros) (CNE, 2014). Es decir:
implica un desarrollo de actividades a todos los niveles de la organización y
una inversión de tiempo y recursos importante, todo con la finalidad de
efectuar una implementación real a
nivel de la organización o institución.
La
Norma de planes de preparativos y respuesta ante emergencias para centros
laborales o de ocupación pública (CNE e INTECO, 2014) tiene el mismo objetivo
que el ISO22301: 2012 Seguridad de la Sociedad: Sistemas de
Continuidad del Negocio –
Requisitos, estándar internacional que facilita a cualquier empresa generar un impulso constante para la mejora
continua respecto a su nivel de preparación para desastres y alinear la
planificación a la estrategia de la empresa. Indica Zawada (2014), consultor
respecto a los procesos de implementación de las prácticas de continuidad de
negocios en el sector privado y quien fue miembro de la delegación
estadounidense en el comité técnico que fue responsable de la creación del
ISO22301, que todos los conceptos de la norma ISO22301 agregan valor si son implementados correctamente. A pesar de que sobre las anteriores
normativas (aún) no existen datos respecto a las experiencias (post)
implementación, se puede tener algunas expectativas respecto de ella, con base
en el estudio de Lee y Palmer (1999), quienes compararon empresas grandes y
pequeñas de manufactura respecto a sus experiencias y resultados obtenidos con
la implementación del ISO9000 en Nueva Zelandia, que en un sentido similar
involucra ajustes de forma substancial de ciertos procesos organizacionales y
prácticas acordes con ello.
El
estudio reveló tres importantes aspectos sobre la implementación, partiendo del
punto que para ambas clases de empresas la ejecución resultó en beneficios para
la organización. Primero concluyeron que el grado de éxito y las dificultades en
mantener el nivel de la norma después de la implementación es explicado
parcialmente por las experiencias previas
que se tenían (en este caso con la gestión de calidad total). Es más probable,
concluyeron, que una organización grande cuente con personal especializado y familiarizado con la materia y menos
probable que una organización pequeña cuente con ello. Por tanto, las grandes
organizaciones tenían menos problemas en mantener las prácticas una vez
integrados en sus procesos organizacionales. Segundo, concluyeron que el tipo
de beneficio que se obtenía podría estar relacionado al tamaño de la organización y a las características que se le
asocian. Organizaciones grandes se beneficiaron de la mejora de sus comunicaciones entre los departamentos, cruzando
las estructuras organizacionales ya muy formalizadas, y de la obtención de una cultura de trabajo en equipo
(respecto a calidad). Organizaciones
pequeñas se beneficiaron de la mejora de
control y la formalización (de procesos) donde anteriormente no existía.
Aunque no había diferencia significativa en el nivel de beneficio percibido
entre organizaciones grandes y pequeñas, si había una gran diferencia entre
organizaciones que eligieron extender las
nuevas prácticas, mejorarlas y ampliarlas: 52% de las grandes versus
solamente 26% de las pequeñas. Las principales razones dadas por las pequeñas
empresas eran su incapacidad de cambiar
la cultura organizacional (69%)[16],
falta de compromiso de la gerencia
(65%), inadecuado uso del empoderamiento
y trabajo en equipo (64%), falta de
entrenamiento y educación continua (60%) y mala planificación (59%). Lo anterior es evidencia para tener la
expectativa razonable que los trayectos de implementación de la normativa de planes y preparativos de respuesta ante
emergencias para centros laborales o de ocupación pública (CNE, 2014),
entre otras condiciones y factores que tendrán que ser adecuadamente manejados,
van requerir de:
1.
La obtención del cambio
cultural organizacional, para que
de forma activa se busque el cambio de la misma con base en la implementación
de una cultura de confianza y compromiso con la movilización hacia la
aplicación de mejores prácticas.
2.
Un evidente liderazgo
basado en un claro compromiso de la (alta) gerencia.
3.
Claridad sobre roles
y responsabilidades: empoderamiento correcto y trabajo en equipo.
4.
Adecuados procesos
de soporte: la facilitación de entrenamiento y educación continua.
5.
Una buena planificación
del trayecto de implementación.
Lo
anterior es aún más importante cuando se trata de cambios transformativos, lo
que lleva a una novena recomendación (ver recomendación 9).
Otras
metas del Plan 2016-2020 buscan la creación de oficinas de gestión de riesgo en todas las municipalidades, el fomento de una mayor cooperación intermunicipal e implementar estrategias
de continuidad de servicios en las instituciones estatales. Respecto de lo
anterior, brinda algunos datos el estudio que se realizó en las 81
municipalidades y ocho intendencias municipales del país sobre la práctica de
gestión de riesgo de desastres a nivel gubernamental local costarricense (CNE,
UNA, Araya, Campos, Mesén y Alfaro, 2015). En el contexto gubernamental local,
este tema (aún) no es considerada como un aspecto que deba ser integrado de
forma general en la toma de decisiones, sino es comúnmente visto (ver figura 3)
como una actividad que recae por encima o
a la par de las labores ordinarias, para la cual indicaron que no tienen
ninguna o baja[17] capacidad administrativa (17% y 37%
respectivamente). Esto incluye a los recursos humanos, un manual explicativo
sobre los procesos de gestión del riesgo y programas de capacitaciones. Además,
indicaron tener ninguna o baja disponibilidad de herramientas administrativas (15% y 35%), que son: el plan
regulador, los mapas de amenazas y los sistemas de información geográfica,
útiles para la gestión del riesgo. El estudio de la CNE et al. (2015), además,
da el dato que el 24% y el 28% de los gobiernos locales indicaron tener cero o
baja capacidad de planificación de la
en la temática. Los anteriores datos apuntan a la existencia de un desafío
fundamental para el entrenamiento y la
educación en la Gestión del
Riesgo y para cambiar la cultura
(la perspectiva) organizacional, ambos indicado por Lee y Palmer como aspectos
claves para la implementación organizacional.
Las
capacidades de los municipios despliegan diferencias substanciales entre sí y
la distribución de estas capacidades en el territorio nacional no es uniforme.
Los datos de CNE et al. (2015) indican que cantones vecinos pueden tener
capacidades y prácticas de gestión del riesgo (muy) diferentes, lo que parece
indicar que la comunicación (cooperación) entre ellos sobre los conocimientos y
experiencias de la gestión del riesgo (en el momento del estudio) era (muy)
limitada. Dado que aún prevalece la perspectiva que la gestión del riesgo es
una responsabilidad del gobierno nacional y no es visto (aún) como una
responsabilidad que inicia en el nivel local, tampoco debe sorprender que el
indicador lo cual informe sobre la relación que existe entre el ciudadano y su
gobierno local con respecto a los procesos de gestión del riesgo, que es la participación social, refleja una
participación muy baja (promedio 19.4%). Un 90% de los cantones indicaron tener
cero (9%) o baja (81%) capacidad de
inducir la participación social para la gestión del riesgo. El tema
claramente no vive a nivel local, no
forma parte de la percepción de los ciudadanos de una forma que motiva a ellos
a participar en los procesos de decisión al respecto.
Figura 3: Evaluación de las 5 capacidades
Municipales en la Gestión del Riesgo (2013). Fuente: elaboración propia basado
en datos del Índice de Gestión del Riesgo Municipal (CNE et al., 2015).
Entonces
no solo hay una necesidad de cambiar la cultura organizacional
(institucional) interna, sino también se debe incrementar el nivel del
empoderamiento municipal para influir
(motivar) a la población e inducir la participación social, a través de
adecuadas formas de sensibilización de la población. Serán muy importantes los
simulacros y simulaciones regulares y realísticos
no solo para el aumento y el mantenimiento de las capacidades y la preparación
para desastres, sino también por sus efectos de sensibilización y motivación.
Medina (2015) lo resume como: “se necesita un pueblo para promover una cultura
de preparación para desastres” (cursivo no es del original). Indica Brenes (2015):
“es necesario que los esfuerzos se centren en las personas y las comunidades,
pues su liderazgo, organización local y valores, son la base para las
estrategias en el tema preventivo, la reducción del riesgo de desastres e
incluso en la respuesta a las diferentes emergencias”. Esto finalmente lleva a
una décima recomendación (ver recomendación 10).
Conclusiones y Recomendaciones
El
presente análisis ha abordado la Política y el Plan Nacional de Gestión del
Riesgo, vigentes en Costa Rica. La conclusión general es que la visión
expresada en los marcos internacionales que conforman la Agenda Global con
respecto al Cambio Climático, el Desarrollo Sostenible y la Reducción del
Riesgo de Desastres se vea bien reflejada en la Política Nacional de Riesgo de
Costa Rica 2016-2030 y su correspondiente plan para la 2016-2020. No obstante,
basado en la discusión anterior y en el espíritu de proporcionar una crítica
constructiva, se realiza las siguientes recomendaciones:
1.
Determinar la posibilidad y necesidad de definir
alguna meta respecto a los lineamientos en el Plan 2016-2020 sin meta definida
en un Ámbito de Gestión.
2.
Considerar la necesidad de definir uno o más
lineamientos y/o acciones estratégicas relacionadas a la adaptación al Cambio
Climático.
3.
Considerar la ampliación de la perspectiva a todo tipo de amenaza (all-hazards
approach) y un enfoque en las posibles
amenazas futuras.
4.
En relación con la recomendación 3, considerar un
ajuste de la meta A1.11.5.1 del Plan 2016-2020, que propone realizar una estructura lógica de indicadores y método de
estimación, aplicable por lo menos a 5 tipos de eventos que ocurren en el país,
para que sea aplicable a 5 tipos de eventos que
podrían ocurrir en el país.
5.
Considerar la integración al SNGR de un mecanismo estructural, que garantiza la
identificación de las amenazas emergentes, nuevas.
6.
Considerar la integración en la Gestión de Riesgos los
aspectos de Seguridad o Intereses Nacionales, enfocada en las amenazas
emergentes que surgen desde el contexto global o regional con posibles
implicaciones para el país, incluso para sus infraestructuras vitales y sus
condiciones de vida, y aquellos Intereses Nacionales costarricenses en el
extranjero. Lo anterior podría implicar que sea conveniente conformar un CAT
nuevo al respecto.
7.
Considerar el desarrollo de escenarios de riesgo desde
la perspectiva de Intereses Nacionales como mecanismo que procurará la
reflexión periódica sobre vulnerabilidades del país, sus recursos, la logística
y posibles estrategias de prevención, adaptación, mitigación, preparación,
respuesta y recuperación; y como mecanismo que induce a pensar fuera del marco de referencia, buscando un aporte a la
innovación y las soluciones sostenibles en el contexto de la Gestión del
Riesgo.
8.
Se recomienda desarrollar un escenario Costa Rica +50 o Costa Rica 2117, dando lugar a una reflexión sobre posibles efectos
para el país a (muy) largo plazo, de tendencias globales y regionales,
incluyendo al Cambio Climático y sus efectos posibles para la producción nacional
de alimentos, la apariencia de nuevas patologías, la migración climático,
tensiones y conflictos por escasez de recursos naturales, tendencias
demográficas y nuevas tecnologías, entre otros.
9.
Considerar la creación de la capacidad humana para guiar a los procesos de implementación
en los distintos contextos que se requiere, para facilitar la realización de los planes y la implementación de los cambios organizacionales que conllevan. La
adecuada implementación parece requerir de una capacidad facilitadora externa,
dado que se estima que muchas organizaciones no tendrán las capacidades y los
conocimientos necesarios para desarrollar los planes y llevar a cabo los
cambios en sus procesos organizativos, con el posible resultado que el proceso
de acreditación quedará estancado, o alternativamente resultará en
acreditaciones que no tendrán los efectos en el mundo real que se espera de
ellos.
10.
Se recomienda realizar proyectos piloto de la implementación de la Norma de Planes de
Preparativos y Respuesta ante Emergencias (CNE, 2014), y respecto a la creación
de los planes de Continuidad de Servicios institucionales. Lo anterior podría
resultar en la creación de guías para
facilitar la implementación en otras organizaciones y contextos, con base en
las lecciones aprendidas. Se podría pensar en una guía específica para PYMES
(pequeños y medianos empresas) y en una guía para las municipalidades, dado que
las municipalidades forman un enfoque importante del desarrollo de las metas
del Plan 2016-2020. Para tener éxito en el Sector Privado, especialmente para
las PYMES que cuentan con recursos (muy) limitados, se estima que será
importante demostrar (visualizar) el sentido económico de los cambios que se
buscan, dado que se tendrá que influir en el proceso de la toma de decisión
gerencial sea por medio del riesgo para la empresa, la responsabilidad social
empresarial o mediante el bottom line,
el sentido económico.
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83-90.
[1] M.Sc. Administración
de Negocios (cambio organizacional) y M.A. Filosofía de Administración de
Negocios.
[2]
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[3]Es informativo al
respecto la visualización de los cambios de la temperatura global para el
periodo 1884-2015 que se encuentra en la página web de la NASA. Según se
indica, el aumento fue 1.7 °C desde 1880.
[4] Es informativo al
respecto la visualización en 3D logrado por la NASA del comportamiento del CO2
a nivel global, basado en observaciones satelitales realizados entre 1
septiembre 2014 y el 31 agosto 2015, analizadas en conexión con un sofisticado
modelo de alta resolución de la atmósfera (Lynch, 2016).
[5] Dos de los 197 países
en el mundo no son firmantes del Acuerdo: Siria y Nicaragua. El presidente Trump
de los Estados Unidos declaró el 1 junio 2017 que desea retirarse del acuerdo,
o renegociarlo. El primero será un proceso que durará por lo menos hasta
noviembre 2020. El segundo, según las Naciones Unidas, no se puede hacer a
favor de un solo país (Liptak y Acosta, 2017). Las consecuencias de esta
decisión aun están desconocidos.
[6] Las contribuciones de
estos países están incluidos en la cifra de la Unión Europea. Fueron contadas
una sola vez en el total.
[7] El dato de Sierra
Leona en la fuente UNFCCC (2015b) indica emisiones de 365.107Gg o 0,98% de las
emisiones globales. Según este dato quedaría en el rango mundial en lugar
número 21, lo que parece inconsistente con los datos históricos del país y con
los demás países Menos Adelantados. El Banco Mundial reporta para el mismo año
(2000) 14.764kt para Sierra Leona, o sea, aprox. 0,04% de las emisiones
globales. Dado lo anterior fue utilizado el dato del Banco Mundial.
[8] Cada objetivo es constituido por varias metas
y se define una meta con un avance
entre 0% y 49% como no alcanzada, con
un avance entre 50% y 99% como parcialmente
alcanzada.
[9] La epistemología es la
rama de la filosofía que se ocupa (con las condiciones y validez) del
conocimiento científico.
[10] Las decisiones
grupales son agregaciones (según ciertas reglas) de decisiones individuales
(Bonatti, et. al., 2011).
[11] Por ejemplo, la Teoría de Integración Social,
desarrollado en la Universidad Erasmus Rotterdam (Holanda), aplica la noción constructivista
de Configuraciones Socio-Cognitivas, conceptualizando
los procesos organizativos como construidos e identificables base en dos
dimensiones interrelacionadas: la cognitiva y la social. Es aplicable en
diferentes contextos, facilita entender sus dinámicas y la intervención en
ellas (ver Maas, 1988; Markus 1996; Markus, Langschmidt y Maas, 1996).
[12] Será “compuesto por al
menos 10 planes sectoriales o territoriales, para la biodiversidad, la
agricultura, el agua, la zona costera, la pesca, la salud, la infraestructura,
la energía, el turismo y las ciudades” (MINAE, 2015).
[13] La clasificación de
amenazas utilizado, según su origen, indica 4 tipos de amenazas naturales
(geodinámica interna, hidrometeorológica, geodinámica externa o biológica).
Además, indica las amenazas socio naturales y antrópicas. Referente estas
últimas se indican: (a) contaminaciones industriales, (b) desechos tóxicos, (c)
ruptura de presas, (d) accidentes de transportes, industriales o tecnológicos,
(e) concentraciones masivas, (f) incendios estructurales y (g) contaminación de
cuerpos de agua superficiales y subterráneos, según Saborío et al. (2014).
Aproximadamente un 36,8% del territorio está catalogado como susceptible a
múltiples amenazas de estos tipos, indican Saborío et al. (2014).
[14] FEMA es la Agencia
Federal de Gestión de Emergencias en los Estados Unidos.
[15] López (2014)
referencia las implicaciones del terremoto de Nicoya del 2012 para el
funcionamiento del Hospital Monseñor Sanabria de Puntarenas. Vallejos, Esquivel
e Hidalgo (2012) mencionan las consecuencias de un incendio estructural en el
2005 en el Hospital Dr. Rafael Ángel Calderón.
[16] El porcentaje se base
en el puntaje promedio mencionado por Lee y Palmer, expresado en una escala de
Likert de 1 al 7.
[17] Bajo se refiere a un puntaje menor a 30%, y alto a un puntaje de 70% o mayor, ambos en una escala de 0 a 100%.