Revista En Torno a la Prevención, número 25, diciembre 2020

ISSN 1659-3057 • E-ISSN 2215-3845

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LA COMUNICACIÓN PÚBLICA EN TIEMPOS DEL COVID-19: PROBLEMAS IDENTIFICADOS

 

PUBLIC COMMUNICATION DURING COVID-19 PANDEMIC: IDENTIFIED PROBLEMS

 

Fernando Fernández Alcaide

Periodista y docente del Máster de Seguridad, Emergencias y Catástrofes.[1]

fernando.comunica@gmail.com

                                                                                                                                  


Resumen

 

La pandemia de COVID-19 ha mostrado que existen tantas formas de afrontar la crisis como gobiernos, empresas, organizaciones, instituciones y colectivos. Combinaciones ilimitadas ante una catástrofe mundial con un periodo de repetición inferior a muchos grandes terremotos pero que la mayoría de los líderes de todo el mundo decidieron no contemplar en sus planes de emergencia. Las mismas opciones han existido para informar a los ciudadanos en todo momento de lo que estaba sucediendo, de lo que iba a pasar, de aquello que debían hacer para salvar sus vidas y proteger a quienes más querían, a los colectivos más vulnerables.

 

Este documento reivindica que, para comunicar las crisis, las emergencias y las catástrofes sí existía preparación. Se llevaban muchos años haciéndolo. Las reglas básicas no cambian: veracidad, transparencia, utilidad, estrategia, interacción, canales adecuados, cooperación… Sin embargo, en uno de los peores momentos de la humanidad de los últimos cien años se han visto errores inimaginables de líderes que de forma deliberada y haciendo caso omiso a las normas más elementales han agravado aún más la crisis. La confianza, como pilar básico de la gobernanza y uno de los objetivos de la comunicación de crisis, ha caído fulminada en aquellos lugares donde la gestión y la comunicación han fallado. Esta pandemia y la ventaja que aporta el actual mundo hiperconectado permite identificar las formas de comunicar que han empleado quienes gobiernan, ponerlas en su propio contexto y extraer unas lecciones básicas que se pueden aplicar en el futuro para forma mejorar ese vínculo necesario entre los gobiernos y sus conciudadanos.

 

Poniendo el foco en este nuevo paradigma en el que los líderes (la fuente oficial de referencia) pueden mentir, la irrupción poderosa y constante durante las emergencias de nuevos actores en la conversación (bulos, desinformación y noticias falsas) y en la necesidad de afianzar una comunicación de crisis local, lo más cercana al ciudadano, para crear una red de confianza y solidaridad que le permita estar más preparado ante todo tipo de riesgos y amenazas con mayor autonomía.

 

Palabras clave: COVID-19, Pandemia, Comunicación, Crisis, Infodemia, Redes Sociales, Gobernanza, Emociones, Bulos.

 

Abstract

The COVID-19 pandemic has shown us that there are as many ways of dealing with the crisis as there are governments, businesses, organizations, institutions, and groups. Unlimited combinations facing a global catastrophe with a period of repetition less than many major earthquakes but which most leaders around the world chose not to contemplate in their emergency plans. The same options have existed to inform citizens at all times of what was happening, what was going to happen, what they had to do to save their lives and protect those who loved them most, those most vulnerable groups.

 

This document claims that we were prepared to communicate crisis, emergencies, and disasters. We had been doing this for many years. The basic rules do not change: truthfulness, transparency, usefulness, strategy, interaction, appropriate channels, cooperation... However, in one of the worst moments of humanity in the last hundred years we have seen unimaginable mistakes by leaders who deliberately and in disregard of the most elementary rules have further aggravated the crisis.

 

Trust, as a basic pillar of governance and one of the objectives of crisis communication, has fallen flat in those places where management and communication have failed. This pandemic and the advantage that our hyperconnected world brings allows us to identify the ways of communicating that those who govern us have used, to put them in their own context, and to extract some basic lessons that we will be able to apply in the future in order to improve this necessary link between governments and their fellow citizens.

 

The focus is on this new paradigm in which leaders (the official source of reference) can lie, the powerful and constant irruption during emergencies of new actors in the conversation (hoaxes, disinformation, and false news) and the need to strengthen a local crisis communication, the closest to the citizen, to create a network of trust and solidarity that allows you to be more prepared to all kinds of risks and threats with greater autonomy.

 

Keywords: COVID-19, Infodemic, Comunication, Crisis, Social Media, Emotions, Fake News, Governance, Pandemic.

 

Introducción, COVID-19, la amenaza ignorada.

 

El 19 de septiembre de 2019 la Organización Mundial de la Salud (OMS), a través de la Global Preparedness Monitoring Board, advirtió en un extenso y conciso informe que el mundo estaba en riesgo ante la amenaza real de una pandemia, con una proyección que estimaban en ochenta millones de fallecidos. El documento incluía un mapamundi plagado de referencias a enfermedades infecciosas detectadas y distribuidas por todos los rincones del planeta y una cifra: 1483 brotes diferentes detectados en 172 países entre los años 2011 y 2018. También reflejaba de forma clara y apremiante las medidas de preparación y prevención que debían adoptar todos los países del mundo para evitar las víctimas y unos daños económicos tan importantes que iban a favorecer graves desigualdades sociales. Entre recomendaciones tan evidentes como la coordinación entre países o el reforzar las estructuras públicas de salud la OMS también señalaba la comunicación pública como uno de los elementos fundamentales para hacer frente a una pandemia global que podía suceder en cualquier momento (Organización Mundial de la Salud, 2019). Bill Gates también lo expuso en 2015, “No estamos preparados para la próxima epidemia. El mayor riesgo de catástrofe global vendrá en forma de virus. No serán misiles, sino microbios” (Gates, 2015).

 

Adelantarnos a los riesgos, dedicarnos a la prevención o desarrollar herramientas para que los ciudadanos sean más responsables y resilientes ante las amenazas nunca ha estado entre las prioridades de unos gestores políticos perdidos en la resolución de crisis puntuales. Y esto también se aplica a la comunicación. En España, por ejemplo, se ha ido incorporando y ajustando la gestión de la información pública tras constatar los errores cometidos en las diferentes crisis, emergencias y catástrofes. De las lecciones aprendidas en los atentados terroristas a la crisis del Ébola, pasando por varias crisis alimentarias o la amenaza más parecida al COVID-19: la gripe A. Terremotos, inundaciones, incendios forestales, incidentes con múltiples víctimas, accidentes aéreos o químicos han centrado en los últimos años los ajustes correspondientes en materia de comunicación mientras que los riesgos señalados por la ONU y OMS derivados del cambio climático, los virus o la alimentación han sido ignorados.

 

La pandemia deja un mapa complejo sobre la gestión de la crisis y las fórmulas empleadas por los gobiernos para atender una necesidad de información sin precedentes. Todo esto en un contexto de emergencia mundial, con actores participantes en todos los niveles y la exposición, viralidad, hiperconversación e interacción de las redes sociales. Precisamente esta exposición pública e inmediata de todo lo que sucedía a nuestro alrededor, acentuada por la obligación de un confinamiento que ha mantenido a toda la población del planeta enganchada a sus dispositivos móviles, ha permitido percibir y conocer las diferentes formas de gobernanza, con sus bondades y perversiones. A diferencia de otras crisis y “gracias” a esta hiperconexión global con el COVID-19 se ha podido ver más allá de nuestro propio ombligo para conocer, desear o rechazar lo que estaba sucediendo en otras partes del planeta. También, se ha participado en debates, intercambiado información, buscado soluciones para implementar en nuestro entorno o, en su parte más negativa, fomentado la difusión de bulos, noticias falsas o participado en campañas de desinformación.

 

Frente al mensaje generalizado (especialmente difundido y replicado por gobernantes de todo el mundo) sobre una pandemia imposible de predecir y gestionar en el ámbito de la comunicación pública sí se cuenta con los conocimientos, experiencia y profesionales suficientes para atender la crisis de forma adecuada. Desde hace años se sabe qué hacer, cómo hacerlo e incluso determinar el rol de las redes sociales y, quizá lo más importante, los errores en lo que nunca se debe caer. Porque esta pandemia, esta crisis mundial, ha dejado situaciones tan inexplicables y lamentables como algunos líderes de potencias mundiales mintiendo, ocultando información esencial y manipulando datos. Tres medidas inconcebibles que encabezan todo decálogo de lo que jamás debe hacer un líder o servidor público, de lo que no merecen los ciudadanos.

 

Para los profesionales de la comunicación de crisis esta pandemia ha permitido una inmersión súbita a modelos de comunicación institucional muy dispares, incluyendo el controvertido liderazgo de la OMS. En un extremo las deficiencias graves habituales de las dictaduras (por ejemplo, China y Corea del Norte) y las extravagancias incomprensibles de los presidentes de EEUU, Brasil o Reino Unido y, en el otro extremo, los liderazgos de Australia, Nueva Zelanda, Uruguay o Alemania. Aunque más allá de los mensajes y campañas lanzadas por los gobiernos para afrontar los retos de la información pública durante la pandemia hay un abanico ilimitado de combinaciones y fórmulas desarrolladas por instituciones regionales, locales y colectivos de todo tipo. Un ecosistema que en muchas ocasiones ha suplido con creces las deficiencias de administraciones superiores o que en el organigrama lógico de la comunicación de crisis debían tener el control y ser las fuentes principales de la información.

 

La buena comunicación, clave para vencer la pandemia. La mala, para propagar la muerte.

 

Comunicar. Lo que ya sabíamos: Del mismo modo que no se puede predecir un terremoto, la comunicación no eliminará el virus, pero en ambos casos, la mejor herramienta para afrontar estas dos catástrofes tan diferentes es la información, la buena información. Es una obligación de los gobiernos mantener correctamente informados a sus ciudadanos, empoderarlos y prepararlos ante los riesgos que les amenazan, ofrecer recomendaciones útiles y establecer canales adecuados donde disponer de forma rápida información veraz. Estar bien informados no hará desaparecer el virus, pero contribuirá a salvar vidas.

 

La comunicación pública es uno de los pilares fundamentales en la gestión y la resolución de una crisis. No es algo que hayamos aprendido ahora, en estos últimos meses. Como tampoco podemos sorprendernos de los miles de bulos y noticias falsas generadas por el COVID-19. Llevamos años enseñando, diseñando, simulando y aprendiendo de los errores sobre la gestión de la comunicación de crisis y conocemos con precisión su importancia en tres niveles fundamentales:

 

1.      Individual: rebaja la incertidumbre de la persona afectada. Ayuda a mitigar la ansiedad de la situación. Otorga potencia individual para la toma de decisiones.

2.      Colectivo: ofrece pautas para colaborar, cooperar socialmente. Contribuye a conceder confianza a la autoridades y grupos de intervención. Ayuda a rebajar la circulación de rumores.

3.      Gubernamental: facilita que los afectados puedan adoptar las medidas adecuadas. Mejora la evaluación de daños/necesidades para gestionar los recursos humanos y materiales necesarios. Permite la coordinación entre actores para tomar las decisiones de emergencia con respecto a qué y cómo transmitir la información.

 

Este esquema de valoración tan sencillo, unido a las reglas básicas sobre cómo debe ser la información que debe ofrecerse en tiempos de crisis, más la experiencia acumulada durante los últimos años y la existencia de grandes profesionales, investigadores y docentes expertos en la materia, deberían haber servido a cualquier gobierno (independientemente de su dimensión o proximidad al ciudadano) para hacer frente con dignidad a esta situación excepcional. Incluso estaba por escrito; la propia OMS que en 2019 pedía a los gobiernos de todo el mundo que estuviesen preparados para una pandemia publicó, en 2018, “Comunicación de riesgos en emergencias de salud pública”, un completo manual de referencia basadas en la evidencia científica con directrices claras sobre políticas y prácticas en comunicación de riesgos extraídas tras años de experiencia en crisis sanitarias como el Ébola, el Zika, la fiebre amarilla, la gripe A (H1N1) y el SRAS. “Tanto en las epidemias y pandemias, como en las crisis humanitarias y los desastres naturales, una comunicación de riesgos eficaz hace posible que los colectivos más expuestos entiendan y adopten las medidas de protección que correspondan. Al mismo tiempo, permite a las autoridades y los expertos escuchar y atender las preocupaciones y necesidades de la población, lo que a su vez contribuirá a que los consejos que emitan sean pertinentes, fidedignos y aceptables” (OMS, 2018, p. ix).

 

Lo cierto es que pese a las advertencias iniciales de la OMS y a una evolución de la pandemia que hizo visible a todo el mundo sus graves efectos sobre los sistemas sanitarios los gobiernos actuaron, en su mayoría, con lentitud y en muchas ocasiones soberbia. Al igual que la gestión, en muchos países la comunicación estuvo dirigida bajo criterios políticos en vez de técnicos o con los principios elementales de la comunicación de crisis.

 

El virus de la desconfianza.

 

El 11 de marzo de 2020 la OMS pulsó el botón de alarma y anunció al mundo la situación de pandemia, “estamos profundamente preocupados tanto por los niveles alarmantes de propagación y gravedad, como por los niveles alarmantes de inacción” (OMS, 2020). Inacción, subrayo.

 

Un buen indicador para establecer si la comunicación de crisis ha sido correcta lo podemos ver en el grado de confianza que tienen los ciudadanos en sus líderes políticos. La percepción es importante ya que una buena gestión afecta a este nivel de confianza y permite que las iniciativas públicas y medidas adoptadas por las autoridades obtengan un mayor grado de efectividad y aceptación. El apoyo de la sociedad al seguir las recomendaciones tiene un impacto directo en la resolución de la crisis y la reducción de las víctimas.

 

Es complicado, por no decir imposible, mantener esta confianza cuando los líderes mienten, ocultan información o mantienen una gestión errática. Tres situaciones que son muy difíciles de encubrir por muy buena que sea la comunicación política del gobernante. Esta crisis ha dejado ejemplos excepcionales e inusuales que van contra toda coherencia o sentido común en la gestión de una emergencia: la mentira descarada, sin maquillar ni rubor, de líderes mundiales. Que Bolsonaro (Brasil), Maduro (Venezuela), Ortega (Nicaragua) o Jong-un (Corea del Norte) mientan descaradamente y agraven la situación condenando a la muerte a miles de ciudadanos entra en lo habitual de regímenes dictatoriales donde la verdad brilla por su ausencia. Que China se blinde con un muro de censura infranqueable y persiga hasta la muerte a quienes cuestionen la “información oficial” tampoco sorprende a nadie. Sin embargo, que Donald Trump, el presidente de los EEUU, el país más poderoso y avanzado tecnológicamente del mundo, haga caso omiso a las advertencias de sus siete agencias de inteligencia, niegue la gravedad de la pandemia, evite la adopción de medidas preventivas negando la utilidad de las mascarillas, acuse y retire financiación a la OMS o invite a sus ciudadanos a inyectarse en vena desinfectante para atajar el virus es una situación bochornosa y sin sentido en toda estrategia de comunicación encaminada a salvar vidas. Desconcertante y fuera de toda lógica que una fuente oficial mienta.

 

Los estudios realizados durante estos meses alrededor del mundo relacionados con los índices de confianza demuestran la existencia de una correlación directa entre el número de víctimas y la aprobación (o no) de la gestión de sus gobernantes (ver figuras 1 y 2). Gustavo Fajardo escribe para el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) que los gobiernos deben trabajar de forma inmediata para recuperar una confianza que sirva para impulsar la cooperación de los ciudadanos y las instituciones y, de esta formar, favorecer la recuperación cuanto antes. Y apunta claramente en un sentido: La confianza se cultiva comunicando con claridad y siendo competente” (Fajardo, 2020).

 

Figura 1. Personas que reportan confiar bastante el gobierno. Fuente: World Value Survey, ola 6.

 

Frente a este bochorno protagonizado por algunos líderes mundiales podemos encontrar ejemplos destacados que se han ganado los mejores puestos en índices de confianza por parte de sus ciudadanos. Entre estos líderes hay investigadores que han encontrado una correlación interesante relacionada con el género: los países gobernados por mujeres han afrontado mejor la pandemia, reduciendo a la mitad el número de muertes. Los analistas, tras estudiar múltiples variables, establecieron que las mujeres son capaces de adoptar medidas para salvar vidas con mayor rapidez que los hombres, aunque también apuntan a su forma de comunicar como claves del éxito: “Las mujeres tendieron a adoptar un estilo más democrático y participativo. La evidencia también sugiere que las buenas habilidades de comunicación son importantes para que las mujeres sean elegidas líderes y que este es uno de los atributos clave para manejar una crisis” (Lemoine et al. 2016 citado por Garikipati y Kambhampati, 2020, p. 13). Las dos profesoras universitarias, Garikipati de la Universidad de Liverpool y Kambhampati de la Universidad de Reading, estuvieron trabajando sobre múltiples datos e informaciones de 194 países, donde tan sólo 19 estaban gobernados por mujeres. “De hecho, los estilos de comunicación claros y decisivos adoptados por varias mujeres líderes han recibido muchos elogios en la crisis actual (Henley y Roy 2020, McLean 2020, Taub 2020, citados por Garikipati y Kambhampati, 2020, p. 13).

 

Figura 2. Nivel de confianza sobre la gestión de la crisis. Fuente: PEW Research Center

La crisis de confianza también ha afectado al organismo que precisamente debería ser abanderado del liderazgo mundial, referente y con una reputación intachable: la OMS, que a pesar de sus manuales e indicaciones precisas sobre la gestión de la comunicación de crisis, mediante “los seis atributos o principios básicos de las actividades de comunicación de la OMS son: accesible, factible, creíble y fiable, pertinente, a tiempo y fácil de entender(OMS, 2017, p. 3), ha caído en contradicciones, posiciones inflexibles y reacciones lentas que han afectado a su reputación y liderazgo.

 

Los nuevos actores de las crisis: redes sociales, bulos e infodemia.

 

La tecnología ha cambiado nuestras vidas, unas vidas que han incorporado un apéndice más a nuestro cuerpo: el teléfono inteligente. Internet y la llegada de las redes sociales (RR.SS.) (hace tan sólo catorce años) ha supuesto una revolución en la forma de relacionarnos, comunicarnos y acceder a la información. Los gobiernos han ido incorporando estos nuevos canales, con sus peculiaridades (mensajes y destinatarios) con reticencias y lentitud. En la gestión de la comunicación de las emergencias han demostrado su utilidad y las ventajas superan con creces a unos inconvenientes que en muchos casos surgen al trabajar de forma deficiente en estos nuevos canales. A medida que los medios de comunicación convencionales se vuelven irrelevantes durante e inmediatamente después de un desastre, los medios alternativos como las redes sociales se convierten en un conducto importante para la recopilación y el intercambio de información (Simon, Goldberg Adini, 2015).

 

Miles de millones de personas confinadas en sus hogares, al mismo tiempo, en todos los rincones del planeta, ante una amenaza “nueva”, ante un futuro lleno de incertidumbre y miedo y con la posibilidad de observar y comparar en tiempo real lo que estaban haciendo sus vecinos. Por primera vez en la historia llegó a existir el miedo real ante una caída global de la red de redes. Los ciudadanos, como ya hacían en otras catástrofes, reclamaban información, certezas y consejos de sus líderes. En plena pandemia un estudio de Losada, Rodríguez y Paniagua (2020) valoró e identificó con claridad las emociones que generaba la información dependiendo de la fuente utilizada por los ciudadanos: si consultaban la web oficial de la institución o en la radio sentían tranquilidad, sin embargo, cuando la información llegaba a través de la televisión, los periódicos o whatsapp percibían miedo (ver figura 3). A través de Twitter les generaba desconfianza. Los mensajes que mejor valoraban eran aquellos que ofrecían soluciones (87%), apoyo emocional (77,5%) e información sobre lo que ocurre (74,8%) (Losada, Rodríguez y Paniagua, 2020). Las emociones y las percepciones se han convertido en elementos esenciales que deben tener en cuenta los emisores de la información. Comunicar no es sólo trasladar y distribuir los comunicados a los ciudadanos. El propio silencio comunica. Los gestos son importantes. Las peticiones de los gobernantes, sus acciones, deben ser coherentes con la imagen que transmiten. Las contradicciones rompen la confianza.

 

Figura 3[2]. Comunicación y emociones en la crisis del COVID-19 en España. Fuente: Losada, Rodríguez y Paniagua (2020).

Años aprendiendo a base de observación, investigaciones y errores sobre el comportamiento de las RR.SS. en emergencias para después enseñar a utilizarlas han permitido conocer su dinámica y la importancia dentro de la comunicación de crisis. Es fácil detectar un patrón de bulos ante emergencias de envergadura o situaciones muy concretas. En España, por ejemplo, ante accidentes con múltiples víctimas surgen bulos relacionados con la necesidad de donaciones de sangre; en los incendios forestales aparecen fotografías de otros lugares para denunciar una tragedia mayor y en atentados terroristas encontramos perfiles falsos de los presuntos terroristas. La magnitud del COVID-19, el ámbito global y su duración llevaba a presagiar que la fábrica de bulos no tendría fin y así ha sido (ver figura 4). En España, Maldita.es, página especializada en la detección, seguimiento y desmontaje de bulos analizó, estudió y registró en los primeros ocho meses 848 “mentiras, alertas falsas y desinformaciones relacionadas con el coronavirus” (Maldita, 2020). Muchos han traspasado fronteras y han conseguido una viralidad explosiva gracias al apoyo de grupos negacionistas (de las vacunas, por ejemplo) o seguidores de las teorías de la conspiración (es el caso de la dispersión del virus a través de las redes 5G o la implantación de microchips para controlarnos con las vacunas). Justo al inicio de la alerta activada por la OMS y en ese espacio de incertidumbre en el que las fuentes oficiales no aportaban la suficiente información sorprendió la difusión masiva de bulos en formato de audio (CIFAL, p. 59) a través de servicios de mensajería instantánea como Whatssapp y Telegram, dos lugares que han aumentado su popularidad y distribución gracias a su carácter privado frente a las RR.SS. cuyos contenidos pueden ser monitorizados. Precisamente para poder conocer el contenido de los bulos que circulaban a través de Whatssapp un equipo investigador de la universidad de Valencia habilitó un número de teléfono donde recibir los mensajes que estaban siendo difundidos a través de esta red de mensajería. Entre los resultados destacan que uno de cada cinco mensajes era falso y que la mayor parte de los protagonistas de estas mentiras se presentaban como personal sanitario (Moreno, Vengut, Cano y Mendoza, 2020). Coincidiendo con el inicio de la pandemia y el mayor periodo de incertidumbre eran más habituales los bulos relacionados con productos naturales a los que daban propiedades milagrosas para impedir el contagio (ver figura 5). Más tarde llegaron indicaciones para el uso de productos químicos. En Irán más de 600 personas fallecieron y 3000 resultaron intoxicadas por el consumo de metanol (AP, 2020). En EEUU se registraron decenas de intoxicaciones tras el mensaje de Donald Trump recomendando el uso de desinfectantes en vena (Antena3TV, 2020) (ver figura 6).

 

Figura 4. Canales de la desinformación en España. Fuente: Digital News Report España2020.

 

Figura 5. Bulos sobre cura y prevención de la COVID-19. Fuente: Moreno, Vengut, Cano y otros (2020)

 

 

 


Figura 6. Bulos difundidos por líderes mundiales. Fuente: captura Antena 3 TV (25/4/2020)

 

 


Con el paso del tiempo (que no de la crisis) los bulos han convivido con otros modos más complejos y a veces sutiles de intoxicación que también llevan colándose en los últimos años en el campo de la comunicación ligado normalmente a la política u otros intereses opacos: la desinformación y las noticias falsas. Ambos conceptos, unidos a un exceso de información, ha sido recogido por la OMS bajo la denominación de “infodemia”:

 

Una sobreabundancia de información, en línea o en otros formatos, e incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas. La información errónea y falsa puede perjudicar la salud física y mental de las personas, incrementar la estigmatización, amenazar los valiosos logros conseguidos en materia de salud y espolear el incumplimiento de las medidas de salud pública, lo que reduce su eficacia y pone en peligro la capacidad de los países de frenar la pandemia (OMS, 2020)

 

Los bulos descarados sobre beber zumo de limón o ajo en ayunas para evitar el virus y que millones de personas recibían a través de Whatssapp han estado conviviendo con complejas campañas de desinformación y poder por el control del relato de la crisis:

 

Las grandes potencias han sido incapaces de afrontar conjuntamente un desafío que afecta a todas las latitudes. A falta de una estrategia global, los relatos individuales que difunden Washington, Pekín y Bruselas son cruciales para comprender cómo intenta situarse cada bloque en el puzzle geopolítico poscoronavirus. (EFE, 2020)

 

Ya al principio de la crisis el Instituto Reuters analizó cómo se habían informado los ciudadanos de seis países (Alemania, Argentina, Corea del Sur, España, los Estados Unidos y el Reino Unido) y el grado de confianza y uso de los diferentes canales de información justo cuando mayor demanda se estaba produciendo a nivel mundial. Entre los resultados destaca la confianza generalizada en la información emitida por científicos y en el margen de confianza a la información que se otorga a las RR.SS. por parte de las personas con bajo nivel educativo. Esta radiografía inicial sobre el exceso de información falsa y su grado de credibilidad cambió a medida que evolucionó la pandemia (Nielsen, Fletcher, Newman y otros, 2020). La misma OMS estudió con detalle la dinámica de la información mundial en RR.SS. analizando el contenido de 112,6 millones de tuits y comprobando que en más de la mitad la información era falsa. Con esta investigación la OMS elaboró una escala denominada Índice de Riesgo Infodémico (IRI) para clasificar los países en función de la información falsa detectada en los mensajes publicados en RR.SS.:

 

Encontramos que hay países del G8 con un riesgo infodémico notable (por ejemplo, Rusia y Alemania) y países en desarrollo con niveles de riesgo mucho más bajos (por ejemplo, Tailandia y Filipinas). Esto significa que, especialmente en países donde el riesgo de infodemia es alto, la velocidad y efectividad de la contención de la covid-19 podrían depender de un cambio de política rápido en las estrategias de comunicación. (Guinaldo, 2020)

 

Una vez más se ha podido constatar que las RR.SS. se han convertido en un canal importante donde los ciudadanos han acudido a buscar información y los gobiernos han utilizado (con mayor o menor éxito) en sus políticas de comunicación. Las propias plataformas han debido realizar esfuerzos considerables para limitar la difusión de bulos a través de sus redes, modificando y actualizando su funcionamiento: whatssapp limitando la posibilidad de difusión de mensajes procedentes de terceros. Twitter y Facebook dieron un paso sin precedentes localizando cuentas sospechosas (Blanco, 2020), eliminando mensajes e incluso incrustando en mensajes de líderes indicaciones expresas sobre las dudas en la veracidad de la información. Trump, Maduro o Bolsonaro vieron como su plataforma preferida de comunicación les llegaba a borrar tuits o a catalogarlos como falsos.

 

Esta red social, Twitter, también ha servido para rastrear y comprobar la forma de relacionarse de los gobernantes. El trabajo “Twitter presidencial ante la COVID-19: Entre el populismo y la política pop” de Manfredi, Amado y Waisbord (2020), estudió los mensajes lanzados desde las cuentas personales de los presidentes de Brasil, España, Argentina y México al principio de la pandemia para determinar la posible existencia de rasgos similares en la forma de comunicar de unos líderes cuyos países se encontraban entre lo más afectados por la pandemia,

 

Los cuatro presidentes comparten rasgos populistas, pero en distinto grado o caracterización. López Obrador y Bolsonaro ofrecen un perfil más populista con apelaciones emotivas al pueblo y su acción sanitaria salvífica. En cambio, Alberto Fernández y Pedro Sánchez responden al perfil de política pop, de liderazgo mediatizado para que la prensa amplifique sus logros. Se concluye que la pandemia ha acentuado el perfil presidencialista y personalista, aun cuando no encajen en el paradigma populista. Así, Sánchez y Bolsonaro sí despliegan una estrategia de comunicación de gestión sanitaria, mientras que López Obrador y Fernández apenas prestan atención a la política sanitaria (Manfredi, Amado y Waisbord, 2020).

 

A excepción de gobiernos donde el control de la información está sometida a un control férreo hoy podemos asomarnos sin problema a las acciones de comunicación que ejerce cualquier gobierno. Este ha sido un elemento a tener en cuenta en la estrategia de comunicación, podemos comparar modelos y criticarlos, pero a su vez quienes tienen la responsabilidad de la gestión pueden aprender e incorporar los éxitos ajenos.

 

Conclusiones. Comunicar mejor, dominar las RR.SS. y apostar por lo local.

 

El mosaico del mundo ya muestra los lugares y personas que han acertado en la forma de comunicar la crisis. No es algo que se pueda improvisar. Tampoco hay soluciones mágicas. Ha funcionado lo que ya se sabía, eso sí, sin perder de vista la excepcionalidad de la emergencia y su prolongación en el tiempo. Y aunque las claves y bases que deben constituir la columna vertebral de toda comunicación pública son las mismas que conocíamos antes del COVID-19 lo cierto es que el líder, la toma las decisiones y su estilo para exponerlas será determinante en el dictamen final que sin duda sentenciarán sus ciudadanos cuando la crisis pase o deba rendir cuentas ante un proceso electoral.

 

Con esta crisis los gobiernos, en todo su amplio espectro y a todos los niveles, tienen la oportunidad de entender y comprobar la importancia de apostar por una buena comunicación de crisis cuya utilidad va más allá de la resolución de la propia emergencia. Queda un largo proceso de recuperación donde la población y los estados se enfrentan a retos tan importantes como las desigualdades sociales, la ruina económica y algo que muchos psicólogos ya han advertido: la tercera ola será la erosión de la salud mental. Sin duda hay que seguir las pautas y reglas de una comunicación efectiva pero además, se deben reforzar los esfuerzos para escuchar a los ciudadanos, conocer sus necesidades reales, también las percepciones y adecuar a los mensajes de la mejor forma posible para influir en sus emociones y dotarles de herramientas que mejoren sus vidas y la de sus comunidades. Aspectos que reflejaron en sus conclusiones Losada, Rodríguez y Paniagua (2020), “estos hallazgos animan a proseguir con la investigación de las emociones en situaciones de crisis y su anclaje dentro de las políticas de comunicación que deben realizar gobiernos y autoridades en este tipo de contextos” (p. 36). Una de las principales apuestas públicas debería pasar por mejorar la confianza en sus instituciones y fomentar vínculos de solidaridad y la cooperación a todos los niveles, desarrollando además valores como la transparencia, el periodismo, el acceso a fuentes abiertas o compartir el conocimiento, recogidos en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (UNESCO, 2020).

 

En esta propuesta de mejora de la comunicación hay que prestar atención a las RR.SS. como canales de interacción en los que se debe estar de forma proactiva, reforzar e integrar dentro de una estrategia global con el fin de ofrecer unas ventanas fiables, potentes y consolidadas donde los gobiernos puedan contrarrestar de forma rápida y eficaz los bulos y la infodemia sin necesidad de regular el control de estos canales o forzar su supervisión (Jiménez, 2020).

 

Por último, la pandemia ha mostrado que ante una crisis de envergadura y con unas estructuras gubernamentales jerarquizadas en muchas ocasiones las necesidades informativas que se emiten desde los niveles más altos quedan sobrepasadas y son insuficientes ante las necesidades reales y más próximas a los ciudadanos.

 

En los primeros meses de la crisis las encuestas realizadas por diversos medios de comunicación en España demostraron que tras los sanitarios, científicos y agentes el orden la única administración que aprobaba en percepción de confianza eran los municipios; el estado, las regiones y los principales líderes políticos suspendían (Gracia, 2020). Con estas puntuaciones los ciudadanos estaban aprobando la proximidad y la gestión de los políticos locales que daban respuesta a sus necesidades. Por esta razón los gobiernos deben apostar firmemente por mejorar y promover las estructuras de comunicación locales, aquellas que están más cerca de los ciudadanos, con el fin de crear redes de confianza sólidas y de intercambio de información que les permita hacer frente de la mejor forma posible de todo tipo de riesgos. “La esfera local tiene esa potencialidad. Es cercana, vive la cotidianeidad, crea comunidad y conoce de forma directa lo que sienten sus vecinos. Esta característica de proximidad y sintonía puede canalizarse de forma adecuada abriendo canales de comunicación y escucha atenta.” (Ladrón de Guevara, 2020, p. 8). Los ayuntamientos, cantones, municipios e incluso colectividades vecinales reducidas pueden y deben participar de forma activa en esa estrategia que les permita establecer a su vez canales directos con las fuentes oficiales, ponerlas al servicio de sus vecinos y que el apoyo y ayuda local les haga corresponsales directos e implicados de su propia seguridad.

 

Referencias bibliográficas

 

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[1] Universidad de Málaga, España. Experto en gestión de la comunicación pública en emergencias y protección civil. Especialista en gestión de la comunicación de grandes catástrofes y de emergencias en redes sociales. Docente del curso Comunicación Pública en Protección Civil en la Escuela Nacional de Protección Civil y Emergencias de España.

[2]Esta ilustración admite ser recortada para usarla en varias figuras